lunes, 21 de marzo de 2016

Petrarca y el amor por los libros


Ya he tenido ocasión en este blog de escribir sobre la vida de Petrarca y su importancia como uno de los padres fundadores del humanismo renacentista. En su persona ya se manifiesta plenamente desarrollado el afán por conocer todo lo posible sobre el mundo antiguo y, sobre todo, por rescatar del olvido y leer a los grandes autores del pasado. Unido a ello, encontramos en Petrarca numerosas declaraciones de su amor por los libros, de su sed insaciable por poseerlos.

En una carta famosa, Petrarca incentiva a un amigo para que busque en las bibliotecas monásticas a su alcance textos antiguos olvidados. En un párrafo de singular belleza el poeta explica lo que los libros significan para él:

Pero para que no creas que me he librado de toda culpa humana, te diré que me domina una pasión insaciable, que hasta ahora no he podido ni querido refrenar, intentando convencerme a mí mismo de que el deseo por una cosa honorable no puede ser deshonesto. ¿Quieres saber de qué enfermedad se trata? De una sed insaciable de libros, y eso a pesar de que ya poseo quizás más de los que serían necesarios. Es que con los libros sucede como con muchas otras cosas: el éxito en su acumulación es un estímulo para una mayor avaricia. Además, con los libros sucede algo especial: el oro, la plata, las joyas, los vestidos de púrpura, las casas de mármol, los campos bien cultivados, las pinturas, los caballos bien adornados, y otras cosas de este tipo proporcionan sólo un placer mudo y superficial; los libros, en cambio, nos deleitan hasta la medula, hablan con nosotros, nos aconsejan y se conectan con nosotros en una especie de amistad profunda y vital; y cada uno de ellos no penetra sólo en el alma del lector, sino que inserta allí el nombre de otro libro y despierta el deseo de poseerlo también a éste.

(Mi traducción, este es el texto original latino: Ne tamen ab omnibus hominum piaculis immunem putes, una inexplebilis cupiditas me tenet, quam frenare hactenus nec potui certe nec volui; michi enim interblandior honestarum rerum non inhonestam esse cupidinem. Expectas audire morbi genus? libris satiari nequeo. Et habeo plures forte quam oportet; sed sicut in ceteris rebus, sic et in libris accidit: querendi successus avaritie calcar est. quinimo, singulare quiddam in libris est: aurum, argentum, gemme, purpurea vestis, marmorea domus, cultus ager, picte tabule, phaleratus sonipes, ceteraque id genus, mutam habent et superficiariam voluptatem; libri medullitus delectant, colloquuntur, consulunt et viva quadam nobis atque arguta familiaritate iunguntur, neque solum se se lectoribus quisque suis insinuat, sed et aliorum nomen ingerit et alter alterius desiderium facit.)

Petrarca conoció en Aviñón al inglés Ricardo de Bury (1287-1345), obispo de Durham, otro gran amante de los libros, que compondría el Philobiblon, el primer libro que trata específicamente del amor por los libros. Petrarca le escribiría luego numerosas cartas desde Italia inquiriendo diversas informaciones sobre Inglaterra pero el inglés no se dignaría a contestar. Estaría seguramente demasiado ocupado con sus libros.

2 comentarios:

César Vallejo dijo...

Me ha emocionado hondamente este fragmento de Petrarca pues yo adolezco de su mismo mal,está perfectamente definido en mi segunda lengua,el Catalán,"lletraferit",en vacua traducción castellana "letraherido",esa necesidad,ansia en realidad, de leerlo todo de vivirlo en el otro,de ser el otro a veces,de tener ahí en mi biblioteca todos esos trozos de mi vida que con tan sólo verlos,acariciarlos me llevan al momento feliz de su primera lectura.
¡ Muchas gracias !

Darío dijo...

Hola César, gracias por tu comentario. Me alegro mucho de que las palabras de Petrarca hayan despertado ese eco compartido.
Quizás te interese esta otro entrada en que vemos un sentimiento semejante expresado por Maquiavelo:

http://citas-latinas.blogspot.com.ar/2010/08/cuando-llega-la-tarde.html