domingo, 25 de diciembre de 2016

Ceteris paribus

Ceteris paribus (en realidad, Cæterīs pāribus) es una expresión latina muy usada en la economía y, en menor medida, también en otras ciencias sociales. Una traducción literal de la expresión sería “con las restantes iguales”, pero se la utiliza en el sentido más complejo de “permaneciendo todo lo demás constante”. No se trata de una frase común en los textos latinos del mundo antiguo, su popularidad se debe al gran economista británico Alfred Marshall (1842-1924).

La expresión se utiliza cuando se trata de explicar el impacto específico de una variable independiente en una variable dependiente. Un cambio en la variable independiente tendrá como consecuencia el cambio previsto en la variable dependiente sólo si todos los factores restantes que podrían influir en el resultado (es decir, todas las demás posibles variables independientes) se mantienen sin cambios. En ese caso, se da la condición de ceteris paribus.

La cláusula ceteris paribus representa, por lo tanto, una forma de construir modelos simplificados de la realidad para evaluar el impacto de cambios en parámetros individuales. Ello permite, a su vez, identificar relaciones de causa – efecto precisas. En economía, por ejemplo, se afirma que un aumento en la oferta de un bien tendrá como consecuencia una baja en su precio, si se da la condición de ceteris paribus. Ya que si el incremento de la oferta viniera acompañado de -por mencionar sólo un caso entre los muchos posibles-, un incremento proporcional en la demanda, la baja del precio no se produciría. 

La condición de ceteris paribus es en ciencias sociales un supuesto teórico para construir relaciones entre variables, dado que en la realidad, todas las variables se modifican permanentemente. En las ciencias experimentales, en cambio, es posible (por lo menos en teoría) construir una situación controlada en el laboratorio que permita modificar los valores sólo de la variable en estudio manteniendo todo lo demás constante.

martes, 18 de octubre de 2016

De la Edad Media al Humanismo: El nacimiento de la idea de la decadencia de Roma

La visión medieval


Durante la Edad Media, la caída de Roma es raramente percibida como un acontecimiento relevante o como problema en necesidad de explicación. Si bien ya autores de siglo VI reconocen que la deposición de Rómulo Augústulo pone fin a un reinado continuado que puede extenderse desde Augusto o desde el mismo Rómulo, ello no significa, sin embargo, que ello se conciba como el fin del imperio o de una época. En efecto, la visión medieval del pasado romano es dominada por la idea de la translatio imperii, la transferencia de la autoridad de Roma a otros centros de poder que sirve como base de legitimación de configuraciones políticas muy diversas.

A finales de la Edad Media, la idea de la continuidad del Imperio Romano se encuentra fuertemente presente, siendo Dante uno de sus mayores exponentes. En el siglo XIV, el erudito bendictino Engelbert von Admont escribe un pequeño tratado titulado De ortu et fini Romani Imperii. Pero para Engelbert, el fin del imperio es un acontecimiento que todavía se encuentra en el futuro, tras la llegada del anticristo. El imperio Romano es el último de los cuatro grandes reinos de la historia mencionados en la profecía de Daniel. La visión cristiana de los cuatro reinos aparece todavía ilustrada en la Crónica universal de Hartmann Schedel impresa en Nüremberg en 1493.

Petrarca y la nueva visión humanista


Durante la Edad Media hay evidencia de una visión alternativa que concibe la caída de Roma como una cesura, pero se trata de una visión marginal que no llegó nunca a desafiar el consenso mayoritario. Desde fines del siglo XIV, sin embargo, el desarrollo del humanismo rompió con la visión de la continuidad histórica e impuso un nuevo relato centrado en la idea de decadencia que se transformaría en uno de los principales temas historiográficos hasta el siglo XX. La visión humanista era una relaboración de ideas ya presentes en Salustio, Tácito, Dión Casio y otros autores antiguos pero complementada con muchos elementos nuevos. Para los humanistas, el Imperio Romano nunca se había trasladado, había decaído y, finalmente, desaparecido. Sus sucesores habían sido estados bárbaros, meros epígonos que no podían comparársele ni atribuirse ser sus continuadores.

La consolidación del humanismo como corriente de pensamiento organizada está indisolublemente ligada a la figura de Francesco Petrarca (1304-74). Ya en la obra de Petrarca se percibe claramente la idea de la singularidad de la república romana, de sus logros civilizatorios y, sobre todo, de su literatura, nunca igualada a lo largo de la historia. Es en su obra que puede reconocerse por primera vez la idea de que tras ese período de esplendor se había producido una profunda ruptura que había desembocado en una edad oscura, marcada por la pérdida de todos esos logros.[2] Petrarca es plenamente consciente, en consecuencia, de que ya no vive en el mismo período que los autores que admira. Petrarca distingue, en efecto, entre un período antiguo y un período moderno que es el propio, siendo la frontera entre ambos la cristianización del Imperio Romano, es decir, la era de Constantino (fam. 6.2.12).

En un pasaje famoso de su “Carta a la posteridad”, Petrarca declara expresamente haberse dedicado con afán al estudio de la Antigüedad por el desagrado que le provocaba su propia época, afirmando que si no fuera por el afecto que sentía por los suyos, hubiera preferido vivir en cualquier otra época.

Los humanistas florentinos del Quattrocento - Bruni y Biondo


Más allá del antecedente de Petrarca, la idea de la decadencia tiene su primera formulación detallada en un contexto muy específico. Los humanistas florentinos de principios del siglo XV vivían en un mundo de comunidades urbanas autónomas y republicanas amenazadas por el creciente protagonismo y poder de los duques de Milán y de diversos principados y monarquías. Este contexto reforzó su visión sobre la importancia de los logros políticos del mundo clásico y los llevó a ver en la pérdida de las “virtudes cívicas” (sobre todo virtus y libertas) que habían caracterizado a la república romana la señal inequívoca del declive de la civilización antigua que desembocaría de manera inevitable en la caída final del Imperio de Occidente.


Esas virtudes cívicas habían renacido, tras un largo eclipse, en ciudades como Florencia, y la concepción cívica del republicanismo de los humanistas florentinos era, a la vez, una visión sobre la decadencia del Imperio Romano y un programa político para evitar que lo mismo sucediera con su república. La conexión entre la pérdida de la libertad y la decadencia puede verse ya claramente en la Historia de Florencia de Leonardo Bruni (1370-1444), como lo ilustra claramente el siguiente pasaje:

Declinationem autem romani imperii ab eo fere tempore ponendam reor quo, amissa libertate, imperatoribus servire Roma incepit.

Considero que la decadencia del Imperio Romano debe colocarse aproximadamente desde aquella época en que, habiendo perdido la libertad, Roma comenzó a servir a los emperadores.

En la obra de Bruni ya encontramos plena conciencia de una división tripartita de la historia, marcada por la idea de que la época oscura señalada por Petrarca ha dado paso a una nueva en que se están recuperando algunos de los logros de los antiguos. Posteriormente, se consolidarían para esa edad intermedia designaciones como media tempestas o media aetas.

Poco tiempo después de que Bruni redactara su historia de Florencia, Flavio Biondo (1392-1463), un humanista ocupado como secretario en la curia papal, redactaría la primera obra histórica centrada en la idea de la decadencia del mundo clásico, las Historiarum ab inclinatione Romanorum imperii decades, escrita entre los años 1439 y 1453. Si bien Biondo tomará como punto de partida de su obra el fatídico año 410 en que la ciudad de Roma es saqueada por los godos, en numerosos pasajes presenta un diagnóstico semejante al de Bruni sobre los factores que originaron esa decadencia mucho tiempo antes de ese acontecimiento. Quedaba así consagrada una nueva visión sobre la historia de Occidente en la que la decadencia de Roma era un acontecimiento definitorio.


viernes, 23 de septiembre de 2016

Carpe diem – El sentido original de la frase


Gracias a la hermosa película La sociedad de los poetas muertos (Dead Poets Society – 1989), la frase latina carpe diem es una de las citas latinas más conocidas y populares. La traducción literal es sencilla, “toma el día” o “aprovecha el día” pero el sentido de la frase se traduce quizás mejor como “disfruta el día”.

En la película, la frase es un ejemplo más de una tema sobre el cual el prof. de literatura John Keating insiste en su original enfoque a la enseñanza: la incitación a sus alumnos para que hagan de sus vidas algo extraordinario. Esta idea es interpretada por sus alumnos como un impulso para romper con el conformismo conservador de la educación que reciben y de los mandatos familiares que buscan fijar su futuro. La frase ha sido adoptada en la cultura popular con el significado que se le asigna en la película pero en su contexto original el sentido es bastante diferente.

La expresión tiene su origen en una oda (la I.11) del poeta romano Horacio (65 - 8 a.C.), redactada a finales del siglo I a.C., es decir, hace más de dos mil años.

Aquí el texto original con mi traducción en prosa (algo libre) a la derecha:


Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi
Finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
Temptaris numeros. Ut melius quidquid erit pati,
Seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
Quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum: sapias, vina liques, et spatio brevi
Spem longam reseces. Dum loquimur, fugerit invida
Aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

No te preguntes, Leuconoe, cuánto de vida nos darán a ti y a mí los dioses, pues no es licito saberlo. No intentes averiguarlo recurriendo a los cálculos de los babilonios. Es mucho mejor aceptar lo que sea que nos toque; ya sea que Júpiter nos reserve todavía muchos inviernos o que sea el último éste, que ya roe las rocas de la costa de mar tirreno. Sé más sabia, filtra el vino y deja de lado las grandes esperanzas, porque nuestra vida es breve. Mientras hablamos, se nos escapa, envidioso, el tiempo. Disfruta este día y confía lo menos posible en que habrá un mañana.


La idea expresada en este poema era ya un tópico literario arraigado en la literatura grecorromana para el momento en que Horacio lo escribió. Se trata de una reflexión sobre la brevedad de la vida humana y sobre la importancia de aprovechar los pasajeros momentos que a cada uno le tocan en suerte vivir. Encontramos un sentimiento muy semejante, por ejemplo, en el famoso siguiente poema de Catulo, aunque adaptado a un tema amoroso (cito a continuación sólo la parte relevante):


Viuamus, mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt:
nobis, cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
Vivamos, mi querida Lesbia, y amemos y no demos un centavo por las opiniones de los viejos escrupulosos. Los soles pueden morir y renacer, pero nosotros, cuando se apaga nuestra breve luz, debemos dormir una noche perpetua.


En el caso de Horacio, el tópico literario de la vida breve es conectado con los preceptos de la escuela de Epicuro. La misma era una de las sectas filosóficas más radicales del mundo antiguo, que afirmaba que el hombre debía despreocuparse por la muerte y dejar de lado los temores frente a los dioses para concentrarse en el placer como única vía a la felicidad. Si bien a lo largo de la historia muchos han caracterizado a Epicuro como un partidario del exceso desenfrenado, el filósofo concebía, en realidad, a ese placer como un goce moderado y racional que permitiera al hombre alcanzar una posición de tranquilidad mental y florecimiento personal. 

En ese sentido, Horacio insiste en sus poemas en la necesidad de contentarse con escasas posesiones, de llevar una vida ociosa y retirada, de dedicarse a placeres sencillos y, sobre todo, de mantener una mente tranquila y libre de preocupaciones. Podría citar muchos pasajes de su obra para ilustrar estas ideas. A modo de ejemplo, elijo este fragmento de la oda III.1 (con mi traducción en prosa):


desiderantem quod satis est neque
tumultuosum sollicitat mare
nec saevus Arcturi cadentis
impetus aut orientis Haedi,

non verberatae grandine vineae
fundusque mendax arbore nunc aquas
culpante, nunc torrentia agros
sidera, nunc hiemes iniquas.
Al que desea sólo lo necesario no lo inquietan los tumultos del mar, ni los crueles asaltos de Arturo en su ocaso ni el ascenso de Haedus (nota: se trata de dos constelaciones que aparecen en el cielo en octubre anunciando las tormentas). Tampoco teme al granizo golpeando sus viñedos, ni a un suelo mentiroso con plantas que culpan ya a las aguas, ya a los astros que abrazan los campos, ya al hostil invierno.



Como vemos, la idea que Horacio pretende expresar con la frase carpe diem es distinta de la que se presenta en La sociedad de los poetas muertos. De hecho, la idea del poeta es que quien busca hacer algo extraordinario se equivoca y se aleja del camino que podría conducirlo a la tranquilidad y la felicidad: una vida sencilla, retirada de las grandes empresas y limitando los propios deseos a la satisfacción de las necesidades básicas.

sábado, 6 de agosto de 2016

Caesar non est supra grammaticos

Segimundo arribando al Concilio de Constanza

El Concilio de Constanza, celebrado en esa ciudad alemana entre 1414 y 1418 tuvo una trascendental importancia. No sólo porque puso fin a un largo cisma de la iglesia o porque con la condena de Juan Hus dio origen a largos conflictos, sino también porque fue la asistencia al mismo lo que permitió a Poggio Bracciolini emprender sus viajes en busca de manuscritos de textos antiguos olvidados, en los que haría sensacionales hallazgos (tema sobre el que ya traté en otra entrada).

El concilio de Constanza también nos dejó la bella anécdota que quiero contar aquí. La misma es repetida por diversos autores citando siempre fuentes distintas. He encontrado la versión más antigua en la HISTORIA GENEALOGICA Palatino-Neoburgico-Bavarica de Gottfried Ferdinand von Buckisch und Löwenfels publicada en 1687.

El concilio fue convocado por el sacro emperador romano germánico, Segismundo de Luxemburgo. En su discurso de apertura frente a los dignatarios eclesiásticos reunidos, el emperador dijo:

Date operam ut illa nefanda schisma eradicetur

Esforzaos por erradicar esa nefanda cisma

Segismundo utilizó la palabra schisma (cisma), como si se tratara de un sustantivo femenino. Ciertamente la gran mayoría de los sustantivos latinos terminados en “a” son de género femenino, pero el término schisma es en realidad un concepto prestado del griego, σχίσμα. Como muchos otros sustantivos griegos terminados en "ma", σχίσμα es neutro y ese es, por lo tanto, también el género correcto de schisma en latín.

Uno de los asistentes al concilio, un cardenal llamado Placentio (su nombre varía en distintas versiones de la historia) hizo notar a Segismundo que había cometido un error:

Domine, ista locutio tua est parum grammatica, cum schisma sit generis neutrius.

Señor, vuestra expresión es gramaticalmente incorrecta, pues cisma es de género neutro.

Segismundo, visiblemente molesto porque se lo corrigiera respondió:

Domine, ista locutio tua est parum ethica.

¡Señor, vuestra expresión es poco ética!

El emperador preguntó a continuación quién determinaba que debiera hablarse de esa manera. El cardenal comenzó entonces a mencionar a antiguos gramáticos como Prisciano y otros cuya autoridad reafirmaba su corrección. Segismundo todavía más enojado exclamó que él era el emperador y que estaba por encima de la gramática (Ego sum rex Romanus et supra grammaticam) y que, de la misma manera en que era el señor sobre tierras, hombres y leyes, lo era también sobre las palabras y podía, en consecuencia, determinar su género a voluntad.

El cronista comenta que la respuesta del emperador fue desacertada, pues un lenguaje es un espacio más amplio que el dominio de un rey. Según algunas versiones de la historia, el cardenal Placentio se quedó con la última palabra y respondió:

Caesar non est supra grammaticos.

El César no está por encima de los gramáticos.

La celebridad de esta frase se debe, sin embargo a que el filósofo Immanuel Kant la utiliza en su pequeño tratado ¿Qué es la ilustración” (Was ist Aufklärung), como referencia a lo que debe ser el poder limitado del monarca frente a la libertad de expresión de sus súbditos.

lunes, 4 de julio de 2016

El caballo de Diocleciano, salvador de la población de Alejandría

A principios del año 297, la provincia romana de Egipto estalló en una grave revuelta. La población temía, aparentemente, que el censo fiscal decretado por el emperador Diocleciano sería la antesala de grandes subas de impuestos. Los problemas llegaban en un muy mal momento, porque el año anterior un ejército romano liderado por Galerio había sufrido una grave derrota a manos del emperador persa Narses. Las desconfiadas autoridades romanas veían en el levantamiento parte de una conspiración para facilitar el trabajo del enemigo y se decidieron a suprimirlo con gran energía.

Diocleciano asumió personalmente la represión de la insurrección. A finales del 297, el emperador puso sitio a la ciudad de Alejandría, la más grande y rica de la región. A pesar de los esfuerzos del ejército, los alejandrinos resistieron, desafiantes, tras sus murallas por ocho meses. Finalmente, los romanos cortaron los acueductos que abastecían de agua potable a la ciudad, forzando su rendición en la primavera del 298. Tras la agotadora campaña, Diocleciano se dispuso a impartir un castigo ejemplar; dio a sus tropas completa licencia para saquear Alejandría y juró que la violencia sólo se detendría cuando la sangre llegara a manchar las rodillas de su caballo.

El emperador avanzó sobre su magnífico corcel al frente de las tropas por la explanada que conducía a una de las puertas de la ciudad, pero el caballo tropezó con un cadáver que se encontraba tirado en medio de la vía y cayó de rodillas. Diocleciano logró que se alzara nuevamente y vio que sus rodillas se habían manchado con la sangre del muerto. Reconociendo en el acontecimiento una señal divina, ordenó -para gran desilusión de sus tropas-, respetar la vida y propiedad de los alejandrinos. Éstos sintieron tal alegría que, si hemos de creer a un cronista tardío, erigieron una magnifica estatua en honor a su salvador, el caballo del emperador.

lunes, 21 de marzo de 2016

Petrarca y el amor por los libros


Ya he tenido ocasión en este blog de escribir sobre la vida de Petrarca y su importancia como uno de los padres fundadores del humanismo renacentista. En su persona ya se manifiesta plenamente desarrollado el afán por conocer todo lo posible sobre el mundo antiguo y, sobre todo, por rescatar del olvido y leer a los grandes autores del pasado. Unido a ello, encontramos en Petrarca numerosas declaraciones de su amor por los libros, de su sed insaciable por poseerlos.

En una carta famosa, Petrarca incentiva a un amigo para que busque en las bibliotecas monásticas a su alcance textos antiguos olvidados. En un párrafo de singular belleza el poeta explica lo que los libros significan para él:

Pero para que no creas que me he librado de toda culpa humana, te diré que me domina una pasión insaciable, que hasta ahora no he podido ni querido refrenar, intentando convencerme a mí mismo de que el deseo por una cosa honorable no puede ser deshonesto. ¿Quieres saber de qué enfermedad se trata? De una sed insaciable de libros, y eso a pesar de que ya poseo quizás más de los que serían necesarios. Es que con los libros sucede como con muchas otras cosas: el éxito en su acumulación es un estímulo para una mayor avaricia. Además, con los libros sucede algo especial: el oro, la plata, las joyas, los vestidos de púrpura, las casas de mármol, los campos bien cultivados, las pinturas, los caballos bien adornados, y otras cosas de este tipo proporcionan sólo un placer mudo y superficial; los libros, en cambio, nos deleitan hasta la medula, hablan con nosotros, nos aconsejan y se conectan con nosotros en una especie de amistad profunda y vital; y cada uno de ellos no penetra sólo en el alma del lector, sino que inserta allí el nombre de otro libro y despierta el deseo de poseerlo también a éste.

(Mi traducción, este es el texto original latino: Ne tamen ab omnibus hominum piaculis immunem putes, una inexplebilis cupiditas me tenet, quam frenare hactenus nec potui certe nec volui; michi enim interblandior honestarum rerum non inhonestam esse cupidinem. Expectas audire morbi genus? libris satiari nequeo. Et habeo plures forte quam oportet; sed sicut in ceteris rebus, sic et in libris accidit: querendi successus avaritie calcar est. quinimo, singulare quiddam in libris est: aurum, argentum, gemme, purpurea vestis, marmorea domus, cultus ager, picte tabule, phaleratus sonipes, ceteraque id genus, mutam habent et superficiariam voluptatem; libri medullitus delectant, colloquuntur, consulunt et viva quadam nobis atque arguta familiaritate iunguntur, neque solum se se lectoribus quisque suis insinuat, sed et aliorum nomen ingerit et alter alterius desiderium facit.)

Petrarca conoció en Aviñón al inglés Ricardo de Bury (1287-1345), obispo de Durham, otro gran amante de los libros, que compondría el Philobiblon, el primer libro que trata específicamente del amor por los libros. Petrarca le escribiría luego numerosas cartas desde Italia inquiriendo diversas informaciones sobre Inglaterra pero el inglés no se dignaría a contestar. Estaría seguramente demasiado ocupado con sus libros.

lunes, 7 de marzo de 2016

La imprenta de los Blaeu y su Atlas Maior– uno de los libros más espectaculares del siglo XVII

El logo de la imprenta de Blaeu

Durante el siglo XVII, la joven república de Holanda vivió un período de intenso florecimiento económico, político y cultural, designado hoy habitualmente como la “Edad de Oro” holandesa. Una de las facetas de ese florecimiento fue el desarrollo, en ciudades como Ámsterdam y Leiden, de una verdadera “industria” editorial, con centenares de imprentas que alimentaban el mercado de libros local y exportaban hacia todos los países de Europa. El clima de relativa tolerancia imperante y la casi total ausencia de censura hacían que los autores más exitosos de todos los países del continente publicaran sus obras con imprentas holandesas. Así lo hicieron, por ejemplo, entre muchos otros, Descartes, Thomas Hobbes y Galileo.

Los inicios

Una de las imprentas más interesantes de esta época es la que sería fundada en Ámsterdam por Willem Jansz Blaeu (1571-1638) y luego continuada por su hijo Joan Blaeu (ca. 1598/99-1673), que se especializaría en la producción de mapas y atlas, y alcanzaría una reputación mundial.

Willem Jansz Blaeu provenía de una familia especializada en el tráfico de arenques. Sin embargo, esta actividad no satisfacía al joven Willem, cuyo interés principal era la matemática. Sus talentos deben haber sido considerables, pues logró ser aceptado por el gran astrónomo danés Tycho Brahe como uno de sus discípulos en su observatorio de Uraniborg, en la isla danesa de Ven. Su estadía sería breve, pero Blaeu se perfeccionaría allí en la producción de globos terráqueos y también de instrumentos astronómicos y de navegación. En 1599, Blaeu abrió en Ámsterdam su propio negocio dedicado a la producción de estos objetos, a los que pronto añadiría la impresión de mapas y libros
.
A principios del siglo XVII, Amsterdam era el corazón de una red de comercio internacional en constante expansión. Allí se encontraban presentes todas las condiciones para iniciar un próspero negocio como cartógrafo: contactos internacionales, medios financieros y un mercado con gran demanda. No sólo había suficientes marineros y comerciantes que necesitan medios confiables que los asistieran en la navegación, sino que también muchos ciudadanos acomodados tenían curiosidad por el mundo más allá de los océanos y estaban dispuestos a gastar en mapas y globos con representaciones de la tierra y el cielo. Bajo estas condiciones, el negocio de Blaeu creció rápidamente y fue muy exitoso.

Mapa de Europa por Blaeu -1608

Blaeu introdujo mejoras sustanciales en las partes móviles de la prensa de impresión, haciendo su trabajo más rápido y eficiente. Su firma empleaba los mejores grabadores y tipógrafos y su papel era de excelente calidad. Publicó obras de todo tipo, pero su reputación internacional fue producto sobre todo de sus mapas sueltos y atlas. 

Los mapas de Blaeu se consideran entre las obras maestras más influyentes y artísticas de la gran era de la cartografía barroca. La publicación de la primera serie de sus mapas murales en 1608 cimentó su fama. El uso de mapas como tapices en las casas holandesas contemporáneas iba, sin duda, más allá del deseo de información geográfica. Los mapas eran verdaderos símbolos de estatus que debían demostrar a los visitantes los conocimientos y el poder económico del dueño de casa. Los mapas de Blaeu aparecen incluso como decoración en famosas pinturas de Vermeer.

Óleo de Vermeer "El soldado y la muchacha que ríe" Mapa de Blaeu sobre la pared

Empresario - Científico

Blaeu publicó su primer atlas en 1630 y a este le seguirían rápidamente nuevas ediciones. Parece claro que en Blaeu el empresario dominaba al científico. El énfasis en su producción editorial y cartográfica se ubicaba en la maximización de las ganancias, sacrificando ocasionalmente en aras a este fin la precisión científica o la novedad de sus producciones. Un factor importante en ello era la dura competencia en el mercado editorial y cartográfico holandés, representada sobre todo por Jan Janssonius, cuyos mapas y atlas podían rivalizar en calidad y atractivo con los de Blaeu. Éste último no dudaría en usar todo tipo de recursos para mantener su ventaja, comprando incluso de manera polémica en subastas las planchas de cobre con los mapas grabados de sus competidores.

El nombramiento de Blaeu en 1633 como cartógrafo oficial de la Compañía holandesa de las Indias Orientales (VOC) representó un gran triunfo, pues esta posición le garantizaba acceso privilegiado a la nueva información geográfica obtenida por los navegantes, lo que le permitía actualizar sus mapas más rápido que sus competidores

Carta de navegación elaborada para la VOC - 1669

Tras la muerte de Willem Jansz Blaeu en 1638, el negocio siguió adelante bajo la dirección de sus hijos, Joan y Cornelis, que continuaron y ampliaron los ambiciosos planes de su padre. Después de la muerte de Cornelis en 1644, Joan continuó el negocio solo y estableció su propia reputación como un gran creador de mapas. Joan había estudiado leyes en Leiden pero había pasado la última década antes de la muerte de su padre colaborando con él en tareas cada vez más importantes del negocio.

En 1638, Joan fue confirmado como el nuevo cartógrafo de la Compañía de las Indias Orientales. La posición se había vuelto muy rentable porque, además de un salario fijo, Blaeu recibía una paga generosa por cada mapa o carta de navegación proveída y la compañía necesitaba más de una decena para cada uno de sus barcos. Además, Joan seguía contando con acceso privilegiado a la información sobre nuevos descubrimientos.

Portada de la edición española del Atlas Maior

El Atlas Maior

Para superar definitivamente a su competidor Janssonius, Blaeu inició en la década de 1660 la publicación del atlas más ambicioso jamás producido, que pretendía ser una descripción completa de todo el mundo en un nivel de detalle hasta entonces desconocido, e incluir, además, descripciones de los océanos y los cielos. De todos modos, los volúmenes con estos últimos contenidos no llegarían nunca a publicarse.

Para llevar adelante el proyecto de este atlas, Blaeu tuvo que invertir enormes sumas de capital, liquidando todo su stock de libros no cartográficos para reunir fondos. Blaeu invirtió prácticamente todos los recursos a su disposición, por lo que la empresa implicaba un gran riesgo.


En 1662 apareció la edición latina (Atlas maior, sive Cosmographia Blaviana, qua Solum, Salum, accuratissima describuntvr) en once volúmenes y con aproximadamente 600 mapas, destinada a la elite culta de toda Europa. En los próximos años, se sumaron ediciones en francés y holandés de doce y nueve volúmenes, respectivamente. También se produjo una edición alemana en diez volúmenes mientras que una edición española quedó sin terminar. La edición latina fue la de mayor tirada, con unos 650 ejemplares. El número total de hojas de texto impresas en todas las ediciones fue superior a los cinco millones, mientras que se imprimieron más de un millón de grabados con mapas y otras ilustraciones.

El Atlas Maior fue el libro de mayor valor impreso en el siglo XVII. La edición común sin colorear se vendía por 350 florines, mientras que la coloreada por 450. Hay que tener en cuenta que por 500 florines podía por aquel entonces comprarse en Ámsterdam una casa. A pesar de su elevado precio, el Atlas Maior fe un gran éxito de ventas. Se convirtió en un codiciado símbolo de estatus para adinerados de todo el continente. La república encargó a Blaeu un ejemplar especial que se regaló al sultán otomano, quien quedó tan impresionado que lo hizo traducir al turco.


Joan Blaeu no disfrutaría por mucho tiempo de este éxito, pues en 1672 un incendio arruinaría completamente los edificios de su negocio, destruyendo las imprentas y consumiendo las placas de bronce con grabados de mapas que eran uno de sus principales capitales. Blaeu moriría un año más tarde. Si bien sus hijos continuarían por algún tiempo con el negocio, no lograron recuperarse de las pérdidas.

A pesar de la desaparición de la firma editora, el Atlas Maior permanecería como un gran hito en la historia del libro: El primer atlas que aspiraba una descripción completa del mundo y con un nivel de calidad y de detalle nunca antes vista. Todavía hoy es considerado como uno de los mejores atlas jamás publicados y sigue fascinando a los coleccionistas. En esta página pueden verse los tomos de la ediciónholandesa y descargarse como pdf.

Bibliografía

Jerry Brotton, Historia Del Mundo En 12 Mapas, Madrid, Debate, 2014.

Johannes Keuning, “Blaeu's Atlas", Imago Mundi 14, 1959, pp. 74-89.

Herman de la Fontaine Verwey, « Willem Jansz Blaeu as a publisher of books”, Quaerendo 3, 1973, pp. 141-146

----------------------------, « Dr Joan Blaeu and his Sons », Quaerendo 11/1, 1981, pp. 5-23.

lunes, 22 de febrero de 2016

πόλλ' οἶδ' ἀλώπηξ, ἐχῖνος δ'ἓν μέγα - Multa novit vulpes, verum echinus unum magnum



πόλλ' οἶδ' ἀλώπηξ, ἐχῖνος δ'ἓν μέγα - Multa novit vulpes, verum echinus unum magnum

El zorro sabe muchas cosas, el erizo una sola gran cosa

La frase corresponde a un fragmento de la obra del poeta griego arcaico Arquíloco (c.680-c.645 a.C.). La conocemos porque es repetida por diversos autores (Plutarco y Ateneo, entre otros) como un proverbio famoso. La versión latina citada arriba corresponde, a su vez, a Erasmo, quien la incluyó en su famosa colección de adagios.

La frase hace referencia a que el zorro, con toda su astucia y versatilidad, es derrotado por el erizo, que, si bien tiene una única defensa, es una muy efectiva. Esto puede verse como un argumento general a favor de la especialización, o en defensa de la idea de que a veces es mejor actuar con decisión siguiendo un único plan antes que apostar a muchas opciones. Ese es el mensaje de una fábula de Esopo que se considera relacionada con el proverbio: "El zorro y el gato". En la fábula, un gato y un zorro discuten sobre quién sabe más trucos. El zorro se jacta de que él tiene muchos; el gato confiesa tener sólo uno. Cuando llegan los cazadores con sus perros, el gato decide rápidamente subir a un árbol, mientras que el zorro permanece indeciso sobre cuál opción seguir y es capturado por los perros. 

La frase de Arquíloco es conocida hoy sobre todo porque Isaiah Berlin la tomó como título y punto de partida de su célebre ensayo sobre la idea de la historia en Tolstoy. Según Berlin, es posible dividir a los intelectuales y escritores en dos grandes grupos, los zorros y los erizos. Los primeros serían aquellos que comprenden el mundo sobre todo a partir de una única gran idea o teoría; los segundos, en cambio, aquellos que se nutren de una gran variedad de experiencias y concepciones que no pueden reducirse a un único concepto. Entre los erizos, Berlin incluye a figuras como Dante, Platón, Lucrecio, Pascal, Hegel, Dostoyevsky, Nietzsche o Marx. A su vez, entre los zorros, a Heródoto, Aristóteles, Montaigne, Erasmus, Molière, Goethe, Pushkin o Balzac. El argumento central del ensayo es que Tolstoy es un caso especial porque es un zorro que cree ser un erizo.

Confieso mi completa preferencia por los autores que Berlin clasifica como zorros. Muchos de mis favoritos se encuentran en su lista. Por el contrario, nunca he podido soportar por mucho tiempo la lectura de las obras de los erizos, con la única excepción de Lucrecio.

jueves, 18 de febrero de 2016

El "campesino de Mactar" - De pordiosero a Millonario en el Imperio Romano

Una de las inscripciones más famosas del África romana (CIL 8.11824 = ILS 7457) es la que contiene el extenso epitafio en verso de una persona que ha llegado a ser conocida en la bibliografía especializada con el título de “el segador de Mactar” (Harvester of Mactar, Le moissonneur de Mactar).

Mactar era una típica ciudad provincial, un pequeño pero próspero centro rural ubicado justo en la columna vertebral montañosa que divide las regiones norte y sur de la actual Túnez. En el período de los Antoninos y los Severos la comunidad experimentó un auge notable que se reflejó en un verdadero “boom” de grandes construcciones cívicas.

El epitafio del segador fue descubierto en 1883 en el entorno urbano de Mactar y se encuentra actualmente en el museo del Louvre. La piedra en la que estaba grabado el texto de la inscripción es una estela rectangular de poco más de un metro de altura y alrededor de medio metro de ancho (véase la imagen a la izquierda). El texto está grabado en una letra elegante que imita concientemente una caligrafía común en libros.

Tradicionalmente, la inscripción fue ubicada temporalmente en el período de los Antoninos y los Severos, dado que se consideraba que su extraordinaria historia de ascenso social no habría sido posible en un período posterior. Sin embargo, en su reciente libro Bringing in the Sheaves: Economy and Metaphor in the Roman World, Brent D. Shaw ha argumentado convincentemente que procedería de la segunda mitad del siglo IV d.C. o incluso más tarde. La nueva datación refuerza la imagen defendida por varias investigaciones de las últimas décadas sobre la prosperidad de la región durante la Antigüedad tardía.

Como no existe, hasta donde pude ver, una traducción española del texto disponible online, os dejo aquí una rápida mía:

paupere progenitus lare sum paruoq. parente,
cuius nec census neque domus fuerat.
ex quo sum genitus, ruri mea uixi colendo:
nec ruri pausa nec mihi semper erat.
et cum maturas segetes produxerat annus,
demessor calami tunc ego primus eram.
falcifera cum turma uirum processerat aruis,
10 seu Cirtae Nomados seu louis arua petens
demessor cunctos ante ibam primus in aruis
pos[t] tergus linquens densa meum gremia
bis senas messes rabido sub sole totondi
ductor et ex opere postea factus eram.
undecim et turmas messorum duximus annis
et Numidae campos nostra manus secuit.
hic labor et uita paruo cont(ent)a ualere
et dominum fecere domus, et uilla paratast
et nullis opibus indiget ipsa domus.
20 et nostra uita fructus percepit honorum,
inter conscriptos scribtus(sic) et ipse fui.
ordinis in templo delectus ab ordine sedi
et de rusticulo censor et ipse fui.
et genui et uidi iuuenes carosq(ue) nepotes.
25uitae pro meritis claros transegimus annos,
quos nullo lingua crimine laedit atrox.
discite mortales sine crimine degere uitam:
sic meruit, uixit qui sine fraude, mori.

Nací en un hogar humilde y de un padre pobre,
Que no poseía fortuna ni casa.
Desde que nací, viví en el campo cultivando los míos
Y nunca había descanso ni para los campos ni para mí.
Y cuando el año había generado la mies madura,
Entonces yo era el primero en segar la paja.
Cuando la turba de hombres que portaban la hoz avanzaba por los campos
Y se dirigía a los terrenos de Cirta de Numidia o de Júpiter
Yo iba primero por los campos delante de todos los demás segadores
Dejando el denso conjunto detrás de mi espalda.
Corté dos veces seis cosechas bajo el ardiente sol
Y luego fui promovido de segador a conductor
Por once años conduje un grupo de segadores
Y nuestra mano cortó los campos númidas
Este trabajo y mi frugal estilo de vida me beneficiaron
Y me hicieron dueño de una casa y me proporcionaron una hacienda
Y esa misma casa no carece de ninguna riqueza
Y mi vida obtuvo el fruto de los honores
Y yo mismo fui incluido entre los decuriones.
Elegido por el orden de los decuriones me senté en el templo del orden
Y de un simple campesino llegué a ser un censor.
Engendré y vi crecer a mis hijos y queridos nietos
Y por los méritos de mi vida transité años distinguidos
A los que ninguna mala lengua ha herido con un reproche.
Aprended, mortales, a transitar una vida sin reproche,
Así mereció morir el que vivió sin engaños.

La historia aquí relatada es clara y sorprendente. Nuestro segador pasó de ser un trabajador manual ubicado en los escalones más bajos de la sociedad romana a ser un pequeño notable local, traspasando de esta forma la rígida frontera que separaba a las cateorías socio-jurídicas de humiliores y honestiores. Por supuesto, el gran problema desde el punto de vista de la historia social es determinar que tan común o excepcional fue en el Bajo Imperio Romano un ascenso social de este tipo.