miércoles, 30 de junio de 2010

Interesante entrevista a Valerio Massimo Manfredi

Ayer un estudiante me decía que había leído El ejército perdido de Valerio Massimo Manfredi por mi recomendación y que lo había disfrutado mucho. Ciertamente, Mafredi no necesita de mi ayuda para conseguir lectores -es uno de los autores contemporáneos más exitosos- pero me alegro de haber contribuido mínimamente a difundir un autor que sabe combinar apasionantes elementos ficcionales y un importante nivel de rigurosidad histórica en sus relatos.

La novela histórica experimenta desde hace muchos años un verdadero “boom” editorial y de ventas. Dejando de lado el mediocre nivel literario de la gran mayoría de esta producción, me preocupa que muchas de las obras que se presentan bajo ese rótulo no merezcan, sin embargo, ser calificadas con el adjetivo “históricas”. Se trata de fantasías descabelladas situadas en mundos artificiales que quieren hacerse pasar por épocas del pasado. Las tareas de investigación que Manfredi realiza para escribir sus obras y su formación profesional como historiador del mundo antiguo son, sin duda, razones que contribuyen a explicar su singular éxito. Al leer sus obras nunca dejamos de creer que lo que cuenta podría haber pasado.

A quienes quieran conocer más sobre Valerio Massimo Manfredi les recomiendo la lectura de esta extensa entrevista realizada por la corresponsal en Italia del diario La Nación. Revela muchos aspectos de su carrera y forma de trabajar que no conocía.

sábado, 19 de junio de 2010

El problema del “caníbal cristiano”



Muchas corrientes filosóficas del mundo antiguo defendían la inmortalidad del alma. Los cristianos fueron más lejos y añadieron a esta concepción la idea de la resurrección de la carne, es decir, la recuperación no sólo del elemento inmaterial que es el alma, si no de toda la materia que compone nuestro cuerpo. Algunos pensadores paganos argumentaron en contra de esta idea presentando el “problema del caníbal”. La materia del cuerpo del antropófago sería, evidentemente, la misma que la de sus víctimas, por lo que llegado el día del juicio final, sería imposible resucitarlos a todos. San Agustín intentó resolver este problema afirmando que el caníbal podía ser reconstituido con la materia que tenía antes de comer a esas personas. La solución es, sin embargo, insatisfactoria, pues uno podría pensar en un caníbal que nunca ha comido nada más que carne humana y cuyo padre y madre tuvieron antes que él la misma inclinación. Cada partícula de su cuerpo le pertenecería legítimamente a otra persona. No podemos suponer que las víctimas de nuestro antropófago se verían privadas de su cuerpo por toda la eternidad pero, si no, ¿qué le queda a aquél? ¿Cómo podría alcanzar la vida eterna o, más probablemente, rostizarse en el infierno, si todo su cuerpo fuera devuelto a sus dueños originales?
Creo que se trata de un problema interesante. Santo Tomás propuso en el libro IV de su Summa contra gentiles una ingeniosa respuesta, pero demasiado compleja como para exponerla aquí. Más elegante me parece la solución que había proporcionado Orígenes ya en el siglo III. Éste se preguntaba por qué habríamos de necesitar la misma materia, los mismos órganos, ¿acaso no cambia el contenido de nuestros cuerpos en forma permanente? ¿Acaso los átomos que nos componen no formarán parte de infinidad de cuerpos antes del fin de los tiempos? Basta con que resucite nuestra forma corporal, por más que esté compuesta con otra materia. Aquí se plantea, es cierto, otro problema. ¿Habrá al final de los tiempos materia suficiente para resucitar a todos los hombres? Si no fuera suficiente, me conformaría al menos con la inmortalidad de mi alma, pero esa es una opinión personal.