sábado, 20 de marzo de 2010

La historia antes de la historia (La historiografía - 1° parte)


Tablilla con un fragmento del poema de Gilgamesh

Todas las sociedades complejas han buscado una forma de preservar el conocimiento sobre su pasado. Los griegos consagraron a la investigación histórica como el mecanismo privilegiado para esa tarea, pero antes de que surgiera la historiografía hubo otras aproximaciones. En esta primera entrada de una nueva serie, veremos los métodos desarrollados por las primeras civilizaciones humanas.

El mito

Puede, sin duda, afirmarse que los pueblos sedentarios surgidos de lo que comúnmente se denomina como “revolución neolítica” tenían una clara concepción del tiempo. Un aspecto central de esa concepción era la oposición evidente entre la transitoriedad del ser humano individual y la permanencia del conjunto social. Se conocía, en consecuencia, la existencia de un pasado anterior a los más ancianos de los contemporáneos, es decir, una época de la que no existían referencias directas, sino sólo una “tradición”. En las primeras sociedades humanas sedentarias, esa tradición asumió, por lo general, la forma de un relato mítico, referido a un pasado fundacional y atemporal, situado más allá de la esfera de lo propiamente humano y que servía, a la vez, como explicación y legitimación del orden existente.

Antes de la difusión del uso de la escritura, estos relatos míticos tomaban generalmente la forma de poemas épicos orales, transmitidos de generación en generación sólo en base a la memoria humana y, por lo tanto, en permanente cambio y adaptación. Los ejemplos más conocidos son los poemas de Gilgamesh. El desarrollo de las ciudades, la aparición de diferencias sociales más acentuadas y la invención de la escritura llevaron a una sistematización del mundo mítico, que comenzó entonces a ser controlado por sacerdotes y gobernantes. Esa sistematización significó también una fijación de las versiones.

Lista real sumeria

Listas reales, anales y crónicas

La aparición del Estado implicó una importante complejización de la concepción del tiempo. Si bien el mito continuó plenamente vigente como legitimación y explicación del orden existente, la preservación del aparato estatal hizo necesario el desarrollo de nuevos mecanismos de registro de información cuya preservación se considera valiosa. Así aparecen los anales y las crónicas. La forma previa de ambas son las listas sacerdotales o reales que registran las sucesiones personales dentro de la clase dirigente. Su función es, indudablemente, tanto de legitimación como de registro, pues normalmente conectan a los soberanos contemporáneos con antepasados divinos o heroicos de los tiempos míticos. Un ejemplo especialmente conspicuo de este tipo de registros es la denominada “Lista real sumeria” que incluye los soberanos de Kish, Ur, Uruk y otras ciudades, junto con numerosos antepasados de carácter mítico.

Estela de Palermo

Las listas reales son pronto completadas con otras informaciones destacadas de cada reinado. Junto con los años que cada ocupante pasa en el trono, empiezan a registrarse acontecimientos notables dignos de ser recordados, como batallas, fenómenos naturales, rituales religiosos, culminación de construcciones, eventos políticos, etc. Los anales egipcios conservados fragmentariamente en la denominada “estela de Palermo” son el ejemplo más antiguo conocido de este desarrollo, datando aproximadamente del 2650 a.C., durante lo que se conoce como el Imperio antiguo. En ellos encontramos una lista de los faraones egipcios que combina a los gobernantes de las primeras dinastías con una serie de reyes míticos. El texto incluye, además, una mención de los acontecimientos más destacados de cada año de reinado. Veamos un pequeño fragmento de la sección referida al faraón Udimu, el primero en llevar el título de gobernante del Alto y Bajo Egipto.

(Año 18(?)). El año de (...) El Gran Blanco (?) (...)

(Año 19(?)). El año de golpear a los Asiáticos.

(Altura del Nilo): 5 codos.

(Año 20(?)). El año del (Festival del) Nacimiento de la Piel (de Anubis (?) o lmy-Ut) en el santuario «Las Dos Capillas».

(Altura del Nilo): (...) codos.

(Año 21(?)). El año de golpear al Pueblo del Chacal (?).

(Altura del Nilo): 6 codos, 1 palmo, 2 dedos.

(Año 22(?)). El año del Festival de Sokaris, en la fortaleza (llamada) «Compañero de los Dioses».

(Altura del Nilo) (...) codos (...)

(Año 28(?)). El año de la estancia (del rey (?)) en el Templo de Sau (o Ptah), en la ciudad de Heka (...)

(Altura del Nilo): 3 codos, 1 palmo, 2 dedos.

(Año 29(?)). El año de golpear a los Trogloditas (Intyu).

(Altura del Nilo): 4 codos, 1 palmo,

(Año 30(?)). El año de la Aparición del Rey del Alto Egipto, y de la Aparición del Rey del Bajo Egipto, en la Fiesta SEd.

(Altura del Nilo): 8 codos, 3 dedos.

(Año 31(?)): El año del Llenado(?) de todos los Lagos (?) de la gente del Oeste y del Este del Bajo Egipto.

(Altura del Nilo): 3 codos, 1 palmo.

(Año 32(?)): El año de (la celebración del) Festival Djet por segunda vez.

(Altura del Nilo): 5 codos, 2 palmos.

(Año 33(?)). El año del Festival de Sokaris (en) la fortaleza (llamada) «Los Tronos de los Dioses».

(Altura del Nilo): 5 codos, 1 palmo, 2 dedos.

Con el paso del tiempo los anales se vuelven más completos. El salto decisivo se da cuando de un simple registro de acontecimientos se pasa a una narración de lo acontecido en un año. Este cambio puede verse ya completamente realizado en las crónicas del faraón Tutmosis III, conservadas en monumentales inscripciones en el templo de Amón en Karnak y que presentan un detallado relato de sus campañas militares.

A pesar de su gran desarrollo, las crónicas orientales nunca alcanzaron el nivel que corresponde a lo que propiamente denominamos historiografía. La intención de recordar el pasado siempre estuvo asociada a motivos religiosos o políticos, y a la necesidad de producir relatos legitimadores del orden existente.