miércoles, 27 de enero de 2010

¿Descubren un fragmento de un antiguo código legal romano?


Vía rogueclassicism me entero de esta interesante noticia. Parte de un código de derecho romano que se creía perdido para siempre ha sido aparentemente descubierto por investigadores del Departamento de Historia de la University College de Londres (UCL). Simon Corcoran y Benet Salway identificaron el texto después de unir los 17 fragmentos de un pergamino que hasta entonces había desafiado todos los esfuerzos de los especialistas por descifrarlo.

Los fragmentos se estaban estudiando en la UCL como parte del proyecto Volterra – una investigación que ya lleva más de diez años sobre el derecho romano en su contexto social, jurídico y político. Corcoran y Salway creen que el pergamino contiene un fragmento del Codex Gregorianus, o Código gregoriano, una recopilación de leyes emitidas por los emperadores desde Adriano (117-138 d.C.) a Diocleciano (d.C. 284-305), que fue publicado alrededor de 300 d.C. Poco se sabe sobre la forma original del códice, y no había, hasta ahora, copias conocidas. La identificación se basa, entre otros elementos, en que en el texto se emplean una serie de abreviaturas características de los textos legales y en que la presencia de la escritura en ambos lados de los fragmentos indica que pertenecen a una o varias páginas de un códice antiguo - en lugar de un rollo u hojas de notas sueltas.

Los fragmentos contienen una colección de respuestas de una serie de emperadores romanos a las preguntas sobre asuntos legales presentados por ciudadanos romanos, afirma el Dr. Salway. Las respuestas están ordenadas cronológicamente y agrupadas en capítulos temáticos, con correcciones y anotaciones de los lectores entre las líneas. Esas notas muestran que esta copia en particular recibió un uso intensivo. Los fragmentos pertenecen a las secciones sobre los procedimientos de apelación y el estatuto de limitaciones en una materia aún no identificada. El contenido es coherente con lo que ya se sabe sobre el Código Gregoriano por citas del mismo en otros documentos, pero los fragmentos contienen también material nuevo.

"Estos fragmentos son la primera evidencia directa de la versión original del Código Gregoriano", dijo el Dr. Corcoran. Nuestro estudio preliminar confirma que fue el pionero de una larga tradición que se ha extendido en la era moderna y es, en definitiva, por el título de este trabajo, y del primer volumen del código Hermogeniano, que todavía hoy en día se utiliza el término código en el sentido de resoluciones judiciales". Este manuscrito en particular puede proceder de Constantinopla. Se espera que la labor futura en el texto y en las anotaciones ilumine más su historia.

miércoles, 20 de enero de 2010

Sobre la invulnerabilidad del Sabio


Me he entusiasmado tanto con los comentarios de los lectores a mi última entrada (omnia mea mecum porto) que me he decido a dar aquí una respuesta general antes que limitarme a la interface de los comentarios. En primer lugar, muchas gracias a todos los que dejaron su opinión. Creo que Jorge, Nimbussaeta y Natalia están de acuerdo con mis afirmaciones. Lo mismo puede decirse de repunante, que incluso cree que me quedo corto. Fernando, en cambio realiza algunas objeciones interesantes. Argumenta con razón que hay bienes imprescindibles que uno no puede llevar consigo mismo, como sillas de ruedas, remedios, etc.

Es obvio que no todos los bienes materiales son superfluos pero, en la concepción estoica, el sabio debe estar preparado, en último extremo, a prescindir de todo sin por ello dejar que su equilibrio interior se desmorone. No se trata de algo sencillo, ciertamente, pero nadie dice que el estoicismo sea una doctrina fácil de seguir.

Para aclarar un poco la idea de la invulnerabilidad del sabio os dejo aquí un pasaje del tratado de Séneca que citaba en la entrada anterior, De constantia sapientis:

El fin de la injuria es hacer algún mal; pero la sabiduría no le deja lugar por el que entrar: porque para ella no hay otro mal si no es la torpeza, la cual no tiene entrada donde una vez entraron la virtud y lo honesto: según lo cual, es cosa cierta que no puede llegar la injuria al sabio; porque el padecer algún mal es lo que se llama injuria, y el sabio no le padece, es evidencia de que no tiene que ver con él la injuria; porque toda injuria es una cierta disminución del sujeto en quien cae, no siendo posible recibirla sin alguna pérdida, o en el cuerpo o en la dignidad, o en alguna de las cosas que están fuera de nosotros; pero el sabio no puede perder cosa alguna, porque las tiene todas depositadas en sí mismo, sin haber entregado alguna a la fortuna, teniendo todos sus bienes en parte firme, y contentándose con la virtud, que no necesita de las cosas fortuitas; y así, ni puede crecer ni menguar, porque lo que ha llegado a la cumbre no tiene a donde pasar, y la fortuna no quita sino lo que ella dio; y como no dio la virtud, no puede quitarla: ésta es libre, inviolable, firme, incontrastable, y de tal manera fortalecida contra los sucesos, que no sólo no puede ser vencida, pero ni aun inclinada. Tiene muy abiertos los ojos contra los aparatos de las cosas terribles y no hace mudanza en el rostro, ora se lo pongan delante sucesos prósperos, ora adversos. Finalmente, el sabio jamás pierde aquello que le puede causar sentimiento, porque sólo posee la virtud, de la cual no puede ser desposeído, y de las demás cosas tiene una posesión precaria. ¿Quién, pues, se lamenta con la pérdida de lo que es ajeno? Por lo cual si la injuria no puede damnificar a las cosas que el sabio tiene por propios porque están fortificadas con la virtud, no podrá hacerse injuria al sabio.

lunes, 18 de enero de 2010

Omnia mea mecum porto


Llevo todas mis cosas conmigo

Cicerón, Paradoxa stoicorum, 1.1.8

Cicerón y Valerio Máximo relatan la siguiente anécdota sobre Bías de Priene, un distinguido legislador y orador, y uno de los legendarios siete sabios de Grecia: Los enemigos habían tomado Priene, y todos sus ciudadanos huían cargando todo lo que podían llevar de sus pertenencias, sólo Bías marchaba sin llevar nada. Al verlo, sus conciudadanos le preguntaron por qué no hacía como ellos. Para su sorpresa, el sabio les respondió que lo hacía, pues él llevaba todas sus bienes consigo. Se trataba de cosas invisibles para los ojos, pero valiosas para el espíritu.

Séneca (Epístolas morales 9.18-19) atribuye la misma anécdota al filósofo griego Estilpón. El fabulista Fedro (4.22) relata una versión algo diferente protagonizada por Simónides, en la que el genial poeta lírico pierde todas sus riquezas en un naufragio pero, a diferencia de los marinos, no lo lamenta, pues lleva todas sus riquezas en sí mismo. Ello es rápidamente demostrado cuando los náufragos son ayudados por un rico habitante de una ciudad cercana, que, siendo un admirador de Simónides, vuelve a proveerlo de todo lo que había perdido.

Debo confesar que se trata de una de mis citas latinas preferidas. En ella vemos ilustrada la idea de la invulnerabilidad del sabio defendida por los estoicos. Nada malo puede sucederle, nunca puede verse perjudicado, pues sus bienes se encuentran en un plano que trasciende lo material. De la misma forma, como señala Séneca en su tratado De constantia sapientis, tampoco puede el sabio padecer afrenta o sufrir injuria.

Creo que se trata de un mensaje que conserva hoy plena relevancia. Vivimos en una sociedad consagrada al materialismo más absoluto, transformado a un mismo tiempo en religión, filosofía e ideología. De allí el malestar constante que genera en nuestra cultura la inevitable transitoriedad de lo tangible, que se hace siempre evidente por más que nos resistamos a verla. No poseemos nada. Antes que propietarios, somos usuarios o inquilinos. Todo lo nuestro será tarde o temprano de otro. Las únicas cosas que verdaderamente están bajo nuestro control son la sabiduría, el conocimiento, los valores y las habilidades que hemos adquirido. Ese es nuestro único capital inalienable.

Es posible que mi opinión sea algo exagerada, por ello me gustaría conocer vuestra visión al respecto.

lunes, 4 de enero de 2010

Otra facetia de Poggio (los campesinos que debían decidir si comprar un crucifijo vivo o muerto)

Continuando mi entrada anterior sobre las Facetiae de Poggio Bracciolini os dejo aquí un nuevo ejemplo del humor del renacimiento italiano.

Sobre unos campesinos interrogados si querían comprar un crucifijo vivo o muerto

Desde esta misma ciudad, algunos campesinos fueron enviados a Arezzo para comprar un crucifijo de madera, que iba a ser colocado en la iglesia. Llegaron ante un hombre que vendía estos objetos, y este último, viendo que trataba con patanes ignorantes, decidió jugarles una broma.

Después de escuchar su petición, les preguntó si querían al crucifijo vivo o muerto. Ellos, desconcertados, se retiraron por un momento para discutir el asunto, pronto anunciaron que lo preferirían vivo, ya que, si a sus conciudadanos no les gustaba así, podían entonces matarlo en un minuto.