miércoles, 25 de junio de 2008

Habent sua fata libelli



Tienen su destino los libros


Sólo una ínfima parte de la producción literaria del mundo antiguo se conserva. Ésta nos ha sido transmitida por un hilo muy delgado, que a lo largo de la historia estuvo incontables veces cerca de romperse definitivamente. Al reflexionar sobre los azares que han determinado lo que ha perdurado y lo que ha perecido, es inevitable no suscribir esta afirmación: Los libros, como los hombres, tienen un destino.

El autor de la frase que citamos es un ejemplo de este proceso. El gramático Terenciano Mauro vivió probablemente en el siglo II d.C. y era de origen africano, como su nombre parece indicarlo. Su obra principal, De litteris, de syllabis, de metris (Sobre pronunciación, sílabas y métrica), se conserva sólo en estado fragmentario. Olvidada durante la Edad Media, un manuscrito con su texto fue descubierto en el año 1493 y desapareció poco después de que en 1497 la obra se publicara en Milán por primera vez. La edición más célebre de este período fue la del gran impresor Simon de Colines (1531) cuya portada figura a continuación. La peculiaridad de la obra es que Terenciano expone su tema en verso variando los metros de acuerdo con el asunto tratado.


La parte más curiosa, en mi opinión, del destino de algunos libros es que su contenido es a veces malinterpretado o reproducido en forma muy diferente a la deseada por su autor. La frase de Terenciano es un claro ejemplo, el significado con el que hasta aquí la hemos comentado y con el que es a menudo citada, no es el que él pretendía. El verso del que fue extraída reza en su totalidad:

Pro captu lectoris habent sua fata libelli

De la capacidad del lector depende el destino de los libros.

miércoles, 18 de junio de 2008

Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias dicere licet






La rara felicidad de los tiempos en los que pensar lo que quieras y decir lo que piensas está permitido



Publio Cornelio Tácito es uno de los mayores historiadores de la Antigüedad. Antes que rigurosidad metodológica u objetividad científica son la fuerza de su prosa y el tono moral de su narrativa los que le confieren ese rango. Tácito es el cronista de la Roma imperial. La concentración y abuso del poder, la corrupción y la decadencia son la constante en sus obras.

Durante los reinados de Vespasiano, Tito y Domiciano, Tácito tuvo una distinguida carrera como senador y orador. Los últimos años del reinado de Domiciano degeneraron en un régimen de terror en el que numerosos senadores perdieron su vida a manos de un monarca cada vez más despótico. Tras el asesinato del emperador y el establecimiento de un régimen algo más liberal bajo Nerva y Trajano, Tácito, con más de cuarenta años, inició su carrera de escritor e historiador.

Al comienzo de su primera gran obra, las historiae, en la que relata las guerras civiles que siguieron a la caída de Nerón, Tácito declara su intención de escribir en su vejez, la historia de la feliz época iniciada por Nerva y Trajano. Es calificando a esa época que Tácito incluye la frase que aquí citamos.

Tácito es conciente de la fragilidad de la libertad que menciona, sujeta a la buena voluntad de un monarca absoluto. El pesimismo es, en consecuencia, una nota perenne de sus escritos. La genialidad de su estilo alcanza su punto más alto en la descripción de regímenes siniestros que se inclinan cada vez más hacia el despotismo.



Prácticamente perdida durante la Edad Media, la obra del gran historiador romano fue redescubierta -en forma fragmentaria- en el Renacimiento (Bocaccio descubrió algunos manuscritos en el monasterio de Monte Casino en el siglo XIV y Poggio Bracciolini los de las opera minora en monasterios suizos ya en el siglo XV). Su influencia sobre el pensamiento político fue enorme, proveyendo sobre todo de material a quienes abogaban por regímenes republicanos y se oponían al poder de los príncipes. El humanista florentino Leonardo Bruni utilizó esta cita en su Panegírico a la ciudad de Florencia del año 1404, una obra que defiende las virtudes del sistema republicano. La influencia de esta máxima también es claramente perceptible en un pasaje de los discursos de Maquiavelo sobre la primera década de Tito Livio.



Tras la revolución francesa, la cita de la que aquí tratamos fue una consigna frecuente de los oponentes del poder real. En ese espíritu no debe sorprender que la misma llegara a los círculos revolucionarios americanos que a principios del siglo XIX lucharon por la independencia. El joven abogado Mariano Moreno, uno de los líderes intelectuales del período abierto por la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos, eligió esta cita como epígrafe de la primera publicación revolucionaria, la “Gazeta de Buenos Aires”.



El curso de la historia a probado, más allá de dudas, la fragilidad de los regímenes democráticos. Los tiempos felices en los que uno puede expresarse libremente han sido raros, tal como lo pensaba Tácito.

viernes, 13 de junio de 2008

Citas Latinas en el Renacimiento: Andrea Alciato – Emblematum liber


El término Renacimiento es asociado hoy en día sobre todo con los grandes pintores y escultores italianos de los siglos XV y XVI, quienes revolucionaron la concepción y la función del arte en Europa. Leonardo, Miguel Angel, Rafael, son los nombres que primero vienen a la mente en este contexto. En los ambientes intelectuales de la época, sin embargo, el desarrollo de estas nuevas tendencias artísticas no era percibido como un fenómeno central. Sí era considerado de esta manera, por el contrario, el surgimiento de una –algo difusa– corriente de pensamiento denominada “humanismo”. La misma se abocaba a rescatar y recrear la cultura grecolatina, especialmente en lo que se refería a la literatura. A pesar de esta relativa separación, el humanismo literario y el arte plástico tuvieron, ciertamente, muchos puntos de contacto. Uno de los más bellos y curiosos fue –a mi juicio– el de los libros emblemas.


Los libros de emblemas se ubican en la misma tradición que la colección de Adagios de Erasmo ya frecuentemente mencionada en este blog pero le añaden un componente gráfico. Cada frase o –según la terminología técnica– motto, está acompañada de una pequeña ilustración o emblema, y de una poesía moralizante que desarrolla y explica la idea central. El primer libro de emblemas fue obra del jurista y humanista Andrea Alciato (1492-1550). La primera edición del Emblematum liber fue publicada en 1531 y tuvo en éxito avasallador, pasando por innumerables ediciones, versiones y traducciones, y creando, de hecho, un nuevo y popular género literario.


En este blog haremos uso frecuente de esta obra como fuente de adagios de singular agudeza y de ilustraciones de belleza única, como lo demuestran algunas de las que acompañan este texto.


Numerosas páginas de Internet se dedican a la obra de Alciato, entre ellas se destaca …


http://www.mun.ca/alciato/


jueves, 12 de junio de 2008

Citas Latinas recomendado por Historia clásica!


Agradezco los elogiosos comentarios del Blog Historia Clásica. En una entrada del 9 de junio se reseñó allí el blog Citas Latinas y su autor lo recomendó a sus lectores.


Historia Clásica es, sin duda, uno de los mejores blogs sobre historia antigua en Internet y su recomendación me llena de satisfacción. Por ello, a su autor le digo: GRATIAS TIBI AGO, es decir, MUCHAS GRACIAS!

domingo, 8 de junio de 2008

Festina lente







Apresúrate lentamente


El oxímoron es una figura retórica que consiste en la combinación de dos elementos lógicamente contradictorios. Un ejemplo sugestivo de esta unión de lo opuesto es presentado por el proverbio festina lente, apresúrate lentamente. Al color de esta figura se añade aquí la fuerza especialmente contundente de la concisión latina.

En su biografía de Augusto, Suetonio afirma que el primer emperador romano tomó estas palabras como lema personal (Suet. Aug. 25.4). El espíritu de este proverbio se percibe, de hecho, en la siempre mesurada manera con que el hijo adoptivo de César fue modificando las instituciones romanas para cimentar su poder personal. La obsesión de Augusto con esta idea es ilustrada por otro de sus proverbios favoritos:

sat celeriter fieri quidquid fiat satis bene,

Suficientemente rápido se hace aquello que se hace bien

Aulo Gellio y Macrobio también se refieren a la fascinación de Augusto con esta frase. Aparentemente, el emperador la utilizaba frecuentemente en sus conversaciones y la incluía a menudo en su correspondencia (Noches áticas, 10, 11). Para Gellio, la misma idea puede expresarse a través de una sola palabra latina: matura.


La sabiduría encerrada en la máxima festina lente cautivó a sucesivas generaciones. Podría escribirse, de hecho, un largo tratado sobre su uso en diferentes épocas. Su celebridad moderna se debe no tanto a Augusto como a Aldo Manucio y a Erasmo. El gran editor veneciano tomó este adagio como máxima de su imprenta y la estampó en la portada de sus ediciones bajo la forma de un emblema compuesto por un delfín enroscado en torno a un ancla. Este motivo traduce gráficamente el motto latino representando el mamífero marino la celeridad y el ancla la lentitud. Así aludía Manucio al cuidado trabajo con que sus ediciones eran preparadas. El motivo es antiguo, extraído -según Erasmo- de una medalla del emperador Tito.

Aldo Manucio se destaca entre los editores de su tiempo por ser, además de impresor, un humanista de alto nivel. La imprenta por él establecida en Venecia tuvo por objetivo principal la producción de ediciones de los clásicos griegos más importantes con gran rigurosidad filológica y precio accesible. Pero la imprenta de Aldo no se limitó a los textos griegos, pronto comenzó también a publicar clásicos latinos y obras italianas. Para la publicación de los mismos se diseñó un tipo de inigualable belleza. Tanto por su calidad académica como por su belleza tipográfica los ejemplares salidos de la imprenta aldina constituyeron un hito en la historia del libro.

Erasmo incluyó en sus adagios esta frase y le dedicó uno de los tratamientos más extensos en esta obra. Sobre su valor afirma:

Etenim, si vim ac sententiam aestimes, quam haec tam circum cisa vocum brevitas in se complectitur, quam sit fecunda, quam gravis, quam salutaris, quam ad omnem vitae rationemm late patens, profecto facile discesseris in hanc sententiam, ut in tanto proverbiorum numero non arbitreris ullum aliud esse, perinde dignum, quod omnibus incidatur columnis: quod pro templotum omnium foribus describatur, et quidem aureis notis: quod in principalium aularum valvis depingatur, quod primatium inscalpatur anulis: quod regiis in sceptris exprimatur

Si consideras el vigor y la riqueza expresiva encapsulada en tan pocas palabras, tan fecundas, tan serias, tan útiles, tan ampliamente aplicables a todas las situaciones de la vida, fácilmente consentirás en que entre tantos proverbios no hay ningún otro más merecedor de ser inscripto en toda columna, de ser copiado sobre la entrada de todos los templos (¡y en letras de oro!), pintado en las grandes puertas de las cortes de los príncipes, grabado en los anillos de los prelados y representado en los cetros de los reyes.


Erasmo cifra en la sabiduría de este proverbio el feliz gobierno de Augusto y Vespasiano, y ve a su editor, Manucio, como el heredero de este principio. En este punto introduce una célebre digresión sobre los malos editores que llenan el mundo de libros de poco valor, para volver finalmente al análisis del adagio. Parafraseando con cierta libertad, podemos decir que Erasmo cree que esta frase puede interpretarse de tres maneras. Primero, en el sentido de que antes de tomar una decisión uno debe meditarla cuidadosamente, pero una vez elegido un curso de acción, el mismo debe seguirse con resolución y celeridad. Segundo, en el sentido de que es necesario moderar las pasiones por la razón. Tercero, en el sentido de que debe evitarse esa excesiva celeridad que es considerada una gran virtud por todos aquellos que ven en cualquier demora un retroceso.

Para Erasmo, quien siga esta máxima siempre actuará en el momento adecuado y en la medida justa. Su vigilancia evitará que sea demasiado lento y su paciencia, que se apresure más allá de lo conveniente.



La rica simbología con la que los autores del renacimiento -especialmente en los libros de emblemas- quisieron representar gráficamente esta máxima constituye un capítulo especialmente interesante de su historia. Ya mencionamos al delfín en torno al ancla tomado como logo por Manucio. Simeoni la ilustró con un escarabajo que atrapa una mariposa; Alciato, con un pez (la remora) enrollado en torno a una flecha. Otras representaciones especialmente bellas indican los principios contrapuestos con una mujer sobre una tortuga, con una tortuga con velas de navío, con una mujer joven y un anciano…

Más sobre este tema: Festina lente y el emperador Tito

lunes, 2 de junio de 2008

Homo homini lupus




El hombre es un lobo para el hombre


Esta famosa frase latina tiene su origen en una comedia de Plauto (250-184 a.C.). Allí un personaje afirma:


Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit


Lobo es el hombre para el hombre, no hombre, cuando no sabe quién es el otro.


Erasmo incluyó esta frase en su colección de Adagios pero su celebridad moderna se debe al filósofo británico Thomas Hobbes (1588-1679). El mismo es conocido hoy por sus desarrollos en el ámbito de la teoría política (especialmente, por su obra Leviathan -cuya portada reproducimos), pero fue, además, un eminente filólogo y estudioso de la Antigüedad Clásica, como lo prueba su –todavía hoy frecuentemente reeditada- traducción inglesa de Tucídides.


Habiendo experimentado las crueldades y atrocidades de la Guerra Civil Inglesa, uno de los objetivos centrales de Hobbes era el descubrimiento de principios racionales firmes sobre los que pudiera basarse un régimen estable. El estado de naturaleza (es decir, la ausencia de gobierno) era considerado por Hobbes como sinónimo de un estado de guerra permanente de todos contra todos, en el que los logros de la vida civilizada serían imposibles. Sólo un gobierno con poderes concentrados podría, en su concepción, evitar la caída en ese conflicto permanente. La frase latina homo homini lupus ilustra con singular fuerza esta idea. Los hombres son bestias preparadas a caer unos sobre otros si una fuerza mayor no impone restricciones a sus brutales instintos.

Esta visión pesimista de la naturaleza humana ha sido criticada desde todas las posiciones imaginables, quizás con razón. La historia, sin embargo, se empecina en demostrar que el hombre es el mayor predador de sus semejantes.