lunes, 15 de diciembre de 2008

La orina y las finanzas del Imperio Romano

Pecunia non olet / El dinero no apesta


A los caóticos últimos años del reinado de Nerón le sucedieron una serie de cruentas guerras civiles entre los diferentes pretendientes al trono, Galba, Otón, Vitelio y, finalmente, Vespasiano, quien tendría éxito en establecer una nueva dinastía. Al derroche del “emperador artista” se sumó la destrucción y el gasto de los conflictos bélicos, resultando, de todo ello, la ruina de las arcas públicas. Contar con dinero era una necesidad vital para todo nuevo emperador, especialmente para pagar a las tropas que, descontentas, podían causar su caída tan rápido como habían permitido su ascenso al trono.
Vespasiano se reveló como un hábil administrador a la altura del desafío. Redujo gastos superfluos, reorganizó la administración, subió los impuestos e introdujo algunas nuevas contribuciones para incrementar rápidamente la recaudación. El más polémico de los nuevos tributos fue el fijado para la orina recolectada de las letrinas y las vías públicas, el vectigal urinae (!). De hecho, este gravamen había sido introducido por primera vez por Nerón, pero luego abolido. Es necesario aclarar que el orín humano era en la antigua Roma una materia prima valiosa, utilizada para el curtido del cuero y para la limpieza de prendas de vestir, especialmente togas de lana. Los romanos desconocían prácticamente el jabón, la ropa era sumergida en grandes piletas repletas de orina humana o animal mezclada con agua y movida por los pies de los pobres trabajadores o esclavos ocupados en las fullonicas, es decir, los batanes o establecimientos especializados en la limpieza de textiles. Para hacerse de esta esencial materia prima los fullones (o bataneros) colocaban recipientes en la vía pública para que los transeúntes dejasen su preciada y líquida contribución.



Los historiadores Suetonio y Dión Casio refieren que el futuro emperador Tito reprochó a su padre el haber recurrido a este medio para la obtención de fondos:

Reprehendenti filio Tito, quod etiam urinae vectigal commentus esset, pecuniam ex prima pensione admovit ad nares, sciscitans num odore offenderetur; et illo negante: Atqui, inquit, e lotio est (Suetonio, Vida de Vespasiano, 23.3)

A su hijo Tito, que lo reprendía por haber introducido un impuesto a la orina, le sostuvo una moneda de la primera recaudación bajo las narices y le preguntó si el olor le molestaba y, negando aquel, le dijo “y, sin embargo, proviene de la orina”

La escena en un grabado


La veracidad de la anécdota es sumamente dudosa, pero la frase “pecunia non olet” (el dinero no apesta) se volvió proverbial. La misma es utilizada con frecuencia como justificativo de la legitimidad de las ganancias sin importar su origen. Curiosamente, el proverbio existe todavía en numerosos lenguajes, pero no en español (francés: "L'argent n'a pas d'odeur"; holandés "Geld stinkt niet"; esloveno: "Denar ne smrdi"; alemán: "Geld stinkt nicht"; checo: "Peníze nesmrdí”; rumano: "Banii nu au miros”; húngaro: "A pénznek nincs szaga", sueco: "Pengar luktar inte"; polaco: "Pieniądze nie śmierdzą"; por mencionar sólo algunos). En Francia y otros países, incluso, los baños colocados en la vía pública (como el que vemos en la foto) son nombrados Vespasiennes en honor al emperador romano.




Una nota personal. Algunas personas han criticado que este blog, destinado a una misión cultural, tenga publicidad. A todos ellos les digo: pecunia non olet.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Roma renace en Google Earth




En la última versión del conocido programa geográfico de Google se incluye, entre las exposiciones temporales, una muy detallada reconstrucción digital de la Roma antigua tal como ésta podría haber lucido en el año 320 de nuestra era. Las habituales opciones de este software permiten al usuario desplazarse entre los magníficos edificios -representados en todo su esplendor y con gran lujo de detalles-. El mapa digital de la antigua urbe es el producto de más de una década de intensa labor de investigación, desarrollado por un equipo de distinguidos especialistas de la Universidad de Virginia. Se trata del proyecto Rome Reborn. Además de representar adecuadamente el terreno y las calles de la ciudad, es posible visualizar más de 5.000 construcciones de muy diferente tipo, pasando por el coliseo y los más famosos templos del foro y el capitolio, por las grandes basílicas, el circo máximo, las termas, y muchos más. He probado la aplicación en diversas PCs y Laptops. La visualización adecuada del mapa requiere de una conexión a Internet veloz, y de un equipo con buena capacidad de procesamiento de gráficos. De lo contrario deberá contarse con grandes dosis de paciencia.
Las posibilidades didácticas son inmensas. Al hacer click sobre cada edificio se abre una pequeña ventana informativa con un breve texto explicando las características del mismo. Un link permite acceder a más información (disponible sólo en inglés) desde la página del proyecto Rome Reborn. Se trata generalmente de los detallados artículos del diccionario topográfico de la ciudad de Roma de Platner y Ashby, actualmente bajo dominio público (muchos de sus artículos se encuentran disponibles online en LACUS CURTIUS). La muestra de Google Earth se transforma así en un gran terreno de juego interactivo que combina una presentación agradable con gran rigurosidad académica.



Más allá de todos estos aspectos positivos, creo que es necesario mencionar algunos recaudos. El nuevo mapa digital contribuye sin duda a perpetuar la imagen idealizada de la Roma antigua presentada habitualmente por el cine y otros medios. Nos encontramos aquí ante una ciudad perfecta, de límpido mármol y espectaculares monumentos, todos perfectamente conservados. Nada revela la miseria de la plebe urbana, las pésimas condiciones de vida de los que no pertenecían a los sectores privilegiados, hacinados en pobres viviendas y víctimas recurrentes de las enfermedades, los incendios y las inundaciones del Tíber. Es claro, por otra parte, que la reconstrucción es hipotética, basada en buena medida en datos arqueológicos magros, pero es también claro que la imagen de perfección arquitectónica representada en Google Earth difícilmente refleja con fidelidad la de la Roma del año 320. Es frecuentemente mencionado por las fuentes del siglo IV que la mayoría de los edificios del período republicano y del principado mostraban entonces avanzadas señales de deterioro . ¿Significa todo esto que el mapa digital debería ser modificado? Por supuesto que no. Sólo debería tenerse en claro que se trata, antes que nada, de un recurso didáctico, y no de una reconstrucción histórica de la ciudad real tal como aquella lucía alrededor del 320 de nuestra era.

sábado, 22 de noviembre de 2008

De gustibus non est disputandum




No debe discutirse sobre gustos


No se trata esta vez de la cita de un autor conocido, sino de una expresión originada probablemente en círculos escolásticos durante la Edad Media. Creo que es la frase más pertinente para presentar el cambio de aspecto de este blog. Habrá quienes prefieran el diseño antiguo, yo mismo compartía esa opinión, pero ahora me inclino por el más sencillo fondo blanco.

Normalmente se interpreta esta afirmación en el sentido de que cuando una discusión llega a un punto en el que la diferencia se reduce a una cuestión de gustos o preferencias, no tiene sentido continuar. Se entiende que los gustos son irracionales, idiosincrasias que no son susceptibles de ser argumentadas. “De gustos y colores no discuten los doctores” o “sobre gustos no hay nada escrito” son equivalentes españoles, muy difundidos, de la máxima que encabeza este post. Pero, ¿son los gustos en verdad una expresión arbitraria de cada individuo? Sociólogos y antropólogos han impugnado esta visión. Los gustos, nos dicen, son el resultado de los patrones culturales en los que nos encontramos inmersos y de los contextos sociales en los que se desarrolla nuestra vida. Esto es indiscutible, como lo demuestran -por mencionar sólo un par de ejemplos- los diferentes hábitos alimentarios en distintos países o los, por lo general, diferentes gustos musicales de los “sectores populares” y las “élites”.
Nuestros gustos revelan, en consecuencia, mucho de nosotros. Es difícil que alguien desarrolle el apetito culinario por las arañas fuera de Camboya o de los otros pocos países donde se las considera un manjar. Nuestros hábitos de lectura pueden indicar nuestras ideas políticas, como siempre lo han sabido los gobiernos autoritarios, deseosos de identificar a los potenciales sediciosos. Si nuestros gustos nos delatan, ¿qué revela de nosotros (me atrevo a incluir aquí al lector) un gusto por el latín? Una opinión muy difundida (de hecho, repetida ad nauseam) es que el latín es un idioma reaccionario, un saber inútil propio de élites ociosas. Recientemente en Inglaterra algunos Consejos regionales decidieron prohibir el uso de expresiones latinas (del tipo ad hoc o ex officio) en sus documentos oficiales por considerarlas discriminatorias y elitistas. Poca comprensión hay aquí por lo que pueda ser la belleza de un lenguaje o su fuerza expresiva. Es difícil, por lo demás, pensar que haya grupos sociales que celebren esta medida como una conquista social revolucionaria…
No creo que convenga destinar muchas energías a rebatir estas opiniones sobre el latín (defensas mucho mejores de lo que sería la mía pueden verse aquí y aquí). El amor por el latín es una pasión muy especial y no tiene sentido discutir sobre gustos. Prefiero saber qué opinión merece el nuevo aspecto del blog.

sábado, 25 de octubre de 2008

In una urbe totus orbis interiit



En una ciudad perece el mundo entero

San Jerónimo


En el año 410 d.C. el rey visigodo Alarico condujo sus fuerzas contra la ciudad de Roma, saqueándola por tres días. Era la primera vez en 800 años que la “urbe” sucumbía ante el poder de las armas enemigas. Alarico y sus hombres se encontraban hacía tiempo al servicio de Roma pero, cansados de las manipulaciones de los funcionarios imperiales, decidieron finalmente demostrar su poder. Militarmente, el saqueo de Roma no fue un acontecimiento decisivo, no significó el fin del Imperio Romano Occidental ni mucho menos, pero el impacto cultural de este evento fue enorme.
Hacía ya tiempo que Roma había dejado de ser el centro político y administrativo del imperio, pero su valor como centro simbólico e ideológico permanecía intacto. Todos los hombres libres del imperio eran en teoría ciudadanos romanos. San Jerónimo se encontraba por esos años en Palestina escribiendo un comentario al libro del profeta Ezequiel. Del prólogo de dicha obra procede la cita que encabeza este post. El pasaje completo dice:

La más brillante luz del orbe entero se ha extinguido; se le ha cortado, de hecho, la cabeza al Imperio romano. Por decirlo claramente, el mundo entero perece con una Ciudad. ¿Quién habría pensado que Roma, que se edificó sobre victorias sobre el mundo entero, iba a caer de forma que se convirtiera a la vez en madre y tumba de todos los pueblos?


En una de sus cartas -escrita por el mismo tiempo- San Jerónimo se pregunta Qui salvus est si Roma perit? ¿Quién está a salvo si Roma perece? Estos pasajes son claros testimonios de la desorientación intelectual que produjo la demostración de la vulnerabilidad de Roma. Uno de los ejes sobre los que se había apoyado tradicionalmente la mentalidad imperial se desvanecía de repente. San Jerónimo tenía, entonces, algo de razón. Ese acontecimiento señalaba el final de un mundo.
La catástrofe no sólo conmocionó a los cristianos, para los paganos el golpe fue todavía mas fuerte. Pero a ellos se les ofrecía una explicación evidente: la reciente abolición de los cultos a los dioses tradicionales que habían garantizado la grandeza de Roma (realizada por el emperador Teodosio el Grande en el año 391d.C.) era, en su opinión, la única causa del desastre. Los apologistas cristianos se vieron así en necesidad de justificarse. La mayoría de sus respuestas se centran, con matices, en la idea de que el saqueo de Roma debe ser considerado un castigo divino por los pecados de sus habitantes. La respuesta más elaborada es la de San Agustín, quien acentúa el carácter defectuoso y transitorio de todo lo humano, la verdadera pertenencia del hombre no es a un Estado terrenal, sino a uno divino, la ciudad de Dios, la civitas Dei.

Roma volvió a ser saqueada en el año 455, esta vez por los vándalos. Las reacciones que produjo esta segunda caída de la ciudad no fueron comparables. Para ese momento el proceso de acelerada disgregación del Estado Romano de Occidente era inocultable. La deposición del último emperador en el año 476 fue sólo una formalidad, el Imperio como autoridad efectiva había ya hace tiempo dejado de existir.

Las causas de la caída del Imperio Romano han sido, desde el inicio de la Edad Moderna, una de las grandes preguntas de la historiografía. Se han ofrecido las más variadas respuestas. El historiador alemán Alexander Demandt llegó incluso a compilar un catálogo de las 210 causas que han sido esgrimidas para explicar el proceso, algunas irrisorias. Las diferencias de opinión sobre este punto han sido, y siguen siendo, extremas. Si hay un historiador cuya figura ha quedado indisociablemente ligada al estudio del fin del Imperio Romano, ese es Edward Gibbon, autor de la monumental Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano (History of the Decline and Fall of the Roman Empire), una obra que pese a sus más de dos siglos continúa siendo un éxito de ventas y uno de los grandes clásicos de la historiografía.





Gibbon, influenciado por la ilustración, retoma de alguna manera el argumento de los paganos romanos del siglo V, pues ve en el cristianismo un factor central en la caída de Roma. Pero su argumento es, por supuesto, diferente. Para el historiador inglés el cristianismo contribuyó a deteriorar la virtud cívica y militar que había caracterizado los primeros siglos del Imperio. La nueva ideología difundida por los seguidores de Cristo era incompatible con los ideales tradicionales de la cultura romana, los mejores talentos fueron reclutados para ella y dejaron de estar a disposición del Estado. Todo ello minó la eficacia militar romana explicando sus derrotas a manos de los bárbaros y la final desintegración del Imperio.


A partir de los años 70’ del siglo XX algunos historiadores -bajo el liderazgo del genial Peter Brown- han cuestionado esta noción de decadencia. Para ellos, esta palabra encierra un juicio de valor injustificable. Ellos acentúan las continuidades y prefieren hablar de “transformaciones” antes que de retrocesos. Sólo en los últimos años se ha producido una reacción crítica ante esta nueva corriente. La misma es ejemplificada por la obra de historiadores como Peter Heather y Brian Ward-Perkins quienes -sobre todo el último- rescatan el concepto de decadencia como útil para explicar los cambios que se produjeron con el final del Imperio Occidental. Personalmente, adhiero a esta posición. Creo que tanto San Jerónimo como los paganos de Roma estarían de acuerdo.


martes, 9 de septiembre de 2008

Concedo nulli


No cedo ante nadie



Los romanos adoraban en la figura del dios Terminus el carácter sagrado de los mojones o piedras para fijar límites entre territorios o propiedades. Según la leyenda (Livio, 1.55), cuando el rey Tarquino comenzó la construcción del templo de Júpiter en el Capitolio, se ordenó la remoción de los altares y santuarios de todos los dioses que eran adorados allí, para que el área quedara consagra exclusivamente al rey de los dioses. Todos fueron trasladados sin problemas, con excepción de una piedra en la que se rendía culto a Terminus, que no pudo ser quitada al ser contrarios los auspicios reconocidos en el vuelo de las aves. Los romanos vieron en este hecho una manifestación del dios y dejaron la roca en el interior del templo. De allí la expresión “no cedo ante nadie”, pues Terminus se había negado a ceder ante el mismísimo Júpiter.

Este hecho fue interpretado como un augurio de que el dominio de Roma sería firme y duradero. La profecía se demostró válida por siglos. Pero cuando Roma fue saqueada por los bárbaros en el año 410 d.C. y su poder se tambaleaba, la eficacia de los dioses tradicionales quedó en duda. San Agustín discutió entonces, en páginas llenas de ironía, la validez de estas creencias.



La celebridad de la frase concedo nulli se debe -como en tantos otros casos- a Erasmo, quien la tomó en 1509 como lema personal, adoptando al antiguo dios Terminus como su emblema. El joven Erasmo se encontraba por entonces en Italia, y empezaba a gozar de reconocimiento internacional por sus trabajos y capacidades. Aparentemente, Erasmo recibió como obsequió de su discípulo Alexander Stewart una gema antigua con la representación del dios Término y fue esto lo que lo inspiró a tomar la imagen del dios y la cita latina aquí comentada como emblemas de su sello personal. Los mismos aparecen en una famosa medalla conmemorativa acuñada para Erasmo, cuya imagen antecede este párrafo. Erasmo es también representado junto al dios Término en el siguiente grabado de Holbein.



Los enemigos de Erasmo, de los que siempre tuvo en abundancia, vieron esto como un gesto de insoportable arrogancia y esta pretensión de primacía fue duramente criticada. Finalmente, en 1528 Erasmo redactó una carta justificando su elección de este lema e intentando desarmar a sus críticos: la “epistola apologetica de Termini sui inscriptione concedo nulli”. Allí el gran humanista declaraba que la expresión no representaba sus propias palabras, sino las de la muerte, el único verdadero término que no cedía ante nadie. Pero esta explicación no satisfizo a sus enemigos. Escrita casi veinte años después de la estadía original de Erasmo en Italia, la misma parece, de hecho, una reelaboración posterior. La humildad nunca fue una de sus grandes virtudes. La posteridad ha sido, sin embargo, más benigna a la hora de juzgar a Erasmo de lo que lo fueron sus contemporáneos. Con justa razón.

domingo, 10 de agosto de 2008

Iucundum nihil agere


El dulce no hacer nada




Plinio el joven vivió en la época de máximo esplendor y extensión del Imperio Romano; desde su privilegiado sitial social pudo observar el espectáculo único de la omnipotencia de su sociedad en un dominio que se desbordaba del Mediterráneo. Su correspondencia es una ventana única hacia las perspectivas, intereses, gustos, pasiones y convicciones de la elite imperial, y como tal siempre ha llamado la atención de los historiadores del período, para quienes constituye una fuente de información incomparable. Pero, más allá de ese interés especializado, las Epistulae, como obra literaria de un período cumbre de la civilización, han conservado siempre un encanto universal que ha cautivado a los más diversos lectores.



Las Epistulae, son la colección de la correspondencia personal de Plinio con su círculo de amigos y de su correspondencia oficial con el emperador Trajano. La misma se caracteriza por su estilismo y refinación, cada carta es una pequeña obra maestra, una alocución cerrada en torno a un tema y un destinatario. Considerada como un cuerpo único, la colección epistolar toma casi la forma de una narración conjunta, en la que en forma fragmentaria vamos conociendo detalle tras detalle sobre Plinio y su grupo, hasta llegar a hilvanar en un conjunto toda la serie de historias paralelas en las que Plinio ocupa la posición central, revelando en cada caso distintas facetas de la imagen personal y grupal que quiere transmitir.



Uno de los temas recurrentes es el placer del ocio ilustrado en las idílicas villae de los aristócratas romanos, donde la naturaleza es domesticada en jardines, fuentes y paseos, e integrada a todas las amenidades que puede proveer la cultura. Uno de los componentes más bellos de ese ocio es el disfrute de la literatura, ya sea a través de la lectura o de la escritura. En la breve misiva de la que proviene la cita que encabeza este post, el ocio literario es combinado con otro de los grandes temas de las Epistulae, la amistad.

VIII.9

C. Plinius Urso Suo

(1) Olim non librum in manus, non stilum sumpsi, olim nescio quid sit otium quid quies, quid denique illud iners quidem, iucundum tamen nihil agere nihil esse: adeo multa me negotia amicorum nec secedere nec studere patiuntur. (2) Nulla enim studia tanti sunt, ut amicitiae officium deseratur, quod religiosissime custodiendum studia ipsa praecipiunt. Vale.


Plinio a Urso

(1)Hace tiempo que no tengo un libro en mis manos ni sostengo una pluma, hace tiempo que desconozco qué son la paz y la tranquilidad o, incluso, aquel dulce estado de no hacer o ser nada. Hasta tal punto me impiden los asuntos de mis amigos abandonar Roma o dedicarme a mis trabajos literarios. (2) Pues ningún trabajo de este tipo es tan importante como para abandonar los deberes de la amistad, que los libros mismos nos enseñan a respetar con gran escrupulosidad. Adiós

lunes, 28 de julio de 2008

Festina lente y el emperador Tito


El reinado de Tito fue el más breve de la dinastía Flavia, extendiéndose sólo por espacio de 26 meses (79-81 d.C). Tito se había distinguido como comandante militar en la revuelta judía, liderando el sitio y captura de Jerusalén en el año 70, una sangrienta operación en la que la ciudad fue arrasada y el gran templo destruido. En sus últimos años de reinado Vespasiano asoció a su hijo Tito al poder para garantizar una sucesión sin problemas. Durante ese período Tito llevó un estilo de vida algo extravagante (por ejemplo, su romance con la princesa judía Berenice) que generó en Roma la desconfianza de que al asumir el poder se revelaría como un nuevo Nerón, listo para someter al Imperio a sus desmesurados caprichos y vicios. Pero los temores se mostraron infundados y el nuevo monarca se mostró un gobernante capaz, justo y clemente. Esta última característica se volvió proverbial y fue celebrada todavía por Mozart en su ópera La clemenza di Tito.



Es en el denario de Tito que encabeza este párrafo que por primera vez en la historia encontramos una representación del delfín en torno al ancla. Fue de una de estas monedas que, según Erasmo, Aldo Manucio tomó este motivo como logo para su imprenta (comentado ya en nuestro post “festina lente”). El gobierno de Tito parece, de hecho, haber estado orientado por la máxima “apresúrate lentamente”. Pese a su brevedad, el mismo se vio enfrentado a una gran cantidad de catástrofes naturales. La erupción del monte Vesubio que destruyó Pompeya y Herculano, un devastador incendio que dejó gran parte de la ciudad de Roma en ruinas e, incluso, un brote de la peste. Pero el emperador se mostró capaz de enfrentar estas dificultades y de alcanzar algunos logros significativos como, por ejemplo, la culminación del coliseo.




La moneda era para los emperadores romanos un importante medio de propaganda. Con ellas circulaban por el imperio el rostro del gobernante y los motivos que éste elegía resaltar para presentar su política. Las monedas de Tito incluyen, en consecuencia, representaciones del Coliseo, o de los elefantes en el expuestos, alusiones al triunfo militar sobre los judíos (monedas con un judío cautivo y la frase Iudea capta), etc. Pero, ¿cómo debe interpretarse en este contexto la moneda con el delfín y el ancla? ¿Se trata, acaso, de una alusión a la sabiduría del gobernante encapsulada en la máxima festina lente? Esta romántica interpretación de los hombres del renacimiento basada en la obra de Horapollo es poco probable. Los eruditos modernos coinciden en que el delfín y el ancla simbolizan aquí a Neptuno, el dios del mar (Mattingly y Sydenham, Roman Imperial Coinage, Vol II, pág. 114). Nuestro denario se enmarca en toda una serie de monedas con motivos religiosos que se presentaban, probablemente, como gestos de devoción a los dioses para aplacarlos ante la sucesión de las mencionadas tragedias.

jueves, 17 de julio de 2008

Homo omnium rerum mensura est


El hombre es la medida de todas las cosas



Protágoras de Abdera (490-420a.C.) es para nosotros una figura borrosa. Todos los testimonios de los que disponemos sobre su persona son indirectos y nuestro principal informante, Platón, era extremadamente crítico de su pensamiento. Protágoras es considerado como uno de los fundadores del movimiento sofístico en la Grecia Clásica. Los sofistas eran una especie de maestros ambulantes que recorrían las ciudades en busca de discípulos, a los que prometían enseñar la excelencia (areté) y las técnicas necesarias para tener éxito en la polis, principalmente la retórica. La imagen de los sofistas ha quedado hondamente marcada por la caracterización negativa hecha de los mismos en los diálogos platónicos, donde se los presenta como relativistas impugnadores de todos los valores morales y preparados a utilizar su destreza argumentativa para lograr el triunfo de posturas injustas.

Protágoras fue uno de los sofistas más exitosos. Logró reunir gran cantidad de discípulos, lo que le permitió, según la tradición, obtener grandes riquezas. Dos fragmentos de sus obras conservados por autores posteriores han atraído gran interés y son citados con frecuencia. Del primero de ellos hemos presentado aquí su forma latina. El texto griego completo afirma: El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en su ser, y de las que no son en su no-ser.

El sentido es disputado por los eruditos modernos, pero la opinión más aceptada es que Protágoras aboga aquí por un relativismo subjetivista absoluto. Es decir, toda verdad es relativa a la persona que la formula o cree en ella.

Platón señala por boca de Sócrates en su diálogo Teeteto que Protágoras se contradice a sí mismo, pues si todo es relativo, entonces la afirmación misma de que el hombre es la medida de todas las cosas también lo es y no puede, por tanto, ser verdadera. Se trataría, de acuerdo con esta opinión, de una contradicción del tipo de la que se produce cuando uno afirma que la verdad no existe, pues, si la verdad no existe, tampoco puede esta afirmación ser verdadera. Pero si esta afirmación no es verdadera, eso quiere decir que la verdad existe.



El argumento es, de hecho, presentado en una forma más sutil. Si el hombre es la medida de todas las cosas, es verdadero lo que una persona crea verdadero y viceversa. Pues bien, si una persona cree, como Sócrates, que tal afirmación es falsa, sería en verdad falsa y debería ser rechazada.

Pero el triunfo de los opositores es tan sólo aparente y la defensa de Protágoras muy sencilla. Si alguien cree que su afirmación es falsa, entonces ésta es de hecho falsa, pero para esa persona, mientras que para Protágoras sigue siendo verdadera. Éste es el punto central e inderogable de su relativismo. Uno podría objetar todavía que Protágoras no presenta su afirmación como si fuera verdad sólo para él, sino como una regla general. Pero, de hecho, desconocemos el contexto de la máxima de Protágoras. El que la misma ni siquiera pueda ser afirmada con certeza refuerza, en mi opinión, el argumento a favor del relativismo. Tal es la miseria de la condición humana. ¿O tiene el lector un argumento mejor?

El segundo fragmento muy citado que se conserva de la obra de Protágoras afirma:

“de los dioses no puedo saber si existen, ni qué forma tienen. En efecto, son muchas las dificultades que obstaculizan tal conocimiento, como la imposibilidad de recurrir a la experiencia sensible, y la brevedad de la vida"

miércoles, 9 de julio de 2008

Labore et constantia


Con trabajo y constancia

Los primeros editores de libros impresos fueron los agentes de una revolución cultural que cambió el curso de la historia a partir del Renacimiento. La mayoría de los pioneros eran artesanos de origen alemán que estuvieron en contacto con las primeras imprentas y difundieron el nuevo arte por Europa. Con la consolidación del mismo comenzaron a desarrollarse producciones de gran calidad y algunos pocos impresores conquistaron una reputación internacional por la excelencia de sus publicaciones. En este blog hemos mencionado a algunos de ellos, el veneciano Aldo Manucio y el francés Simón de Colines. Una de las figuras más prominentes del siglo XVI fue el francés Christophe Plantin (1520-1589).



Plantin estableció su imprenta en Amberes, un importante centro comercial y del transporte marítimo, lo que facilitaba la distribución de su producción. La calidad, el estilo y la perfección de sus libros pronto difundieron su nombre por toda Europa. Su lema era labore et constantia, con trabajo y constancia. Máxima ilustrada en el logotipo que encabeza este post y que figuraba en la portada de todos sus libros. La mano de Dios hace girar un compás, el extremo que permanece fijo simboliza la constancia y el que se desplaza, el trabajo. En algunas versiones, esta imagen es acompañada por figuras masculinas y femeninas que también representan estos dos principios.



La obra maestra de la imprenta de Plantin fue la Biblia Políglota, probablemente uno de los mayores hitos en la historia de la producción editorial. Con enorme costo y perfección ejemplar el texto se presenta en columnas paralelas en cuatro idiomas, griego, latín, hebreo y caldeo. Los volúmenes son de una calidad única y pusieron en numerosas ocasiones a Plantin al borde de la ruina por los enormes costos de producción. El rey de España Felipe II prometió ayuda financiera para que el proyecto llegara a buen puerto, pero ésta no se materializó.



La casa editorial de Plantin experimentó numerosas dificultades al iniciarse la rebelión de los países bajos contra el dominio español, especialmente en el saqueo de Amberes por tropas españolas fuera de control en el año 1576. Pero el negocio logró sobrevivir a su creador, pasando a manos de su yerno Moretus. De hecho, la imprenta siguió activa hasta 1867 y es actualmente un museo.

martes, 1 de julio de 2008

Virtus est medium vitiorum utrimque reductum








La virtud es el punto medio equidistante entre dos vicios

Horacio, Epístolas, 1,18,9



En esta epístola Horacio instruye a su amigo Lollio sobre como comportarse en la amistad con personajes de alto rango. La concepción detrás de esta máxima es aristotélica (de la Ética para Eudemo). La virtud es el equilibrio entre dos vicios, uno que peca por el exceso y otro que lo hace por defecto. El valor es así, por ejemplo, el justo balance entre el exceso de la temeridad y el defecto de la cobardía. Este es el equilibrio al que alude Horacio en otra de sus célebres expresiones: aurea mediocritas, la dorada medianía, el balance justo que permite en la vida un camino de sabiduría, seguridad y comodidad evitando los extremos.

En uno de los más bellos libros de emblemas que conozco, el publicado por Otho Vaenius (Otto van Veen) en Amberes en 1612 y dedicado en exclusividad a máximas extraídas de la obra de Horacio, esta frase es ilustrada con el exquisito grabado que encabeza este post.

Allí la virtud es el equilibrio entre la avaricia y el derroche, ubicadas a izquierda y derecha. En el centro vemos a la liberalidad. Vaenius era un humanista y pintor autor de numerosos libros de emblemas, todos ilustrados por él mismo. Vaenius acompaña la máxima horaciana de poemas en cuatro idiomas, aquí vemos el soneto que incluye en español:

Es la virtud del hombre una armonía
Que de contrarios hace consonancia
Entre afectado, y tosco una elegancia,
Que aborrece la falta y demasía;
Es entre más, y menos norte, y guía
Para la eterna inmaterial estancia,
De dos extremos liga, y concordancia,
Raquel hermosa entre una, y otra Lia;
Es medio universal por donde puede,
De sus vicios huyendo los extremos,
Sin que caiga aquel Ícaro atrevido,
Llegar el hombre al templo, en quien concede
La prudencia, que ofrezca vela, y remos,
Que a tal medio tal fin se está debido.

El principio de la dorada medianía es, de hecho, anterior a Aristóteles y se encuentra ya en el pensamiento pitagórico y socrático. Sus orígenes no son sólo filosóficos, el mismo tema es claramente reconocible en la famosa leyenda de Dédalo e Ícaro aludida por Vaenius en su soneto. Para escapar de Creta, Dédalo, un genial inventor, fabricó con plumas y cera alas para que él y su hijo Ícaro pudieran partir por los aires. El padre advirtió a su hijo que no volase demasiado alto, porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo, porque la espuma del mar mojaría las improvisadas alas. Atraído por el esplendor del sol, Ícaro se elevó demasiado. Derretida la cera, se desplomó al mar. Sólo un curso medio le hubiera permitido salvarse.

Uno de los cuadros más bellos sobre el tema de Ícaro es el de Peter Brueghel: “Paisaje con caída de Ícaro” de 1558.





De Ícaro sólo vemos los pies sobresaliendo del agua en el margen inferior derecho de la pintura.

miércoles, 25 de junio de 2008

Habent sua fata libelli



Tienen su destino los libros


Sólo una ínfima parte de la producción literaria del mundo antiguo se conserva. Ésta nos ha sido transmitida por un hilo muy delgado, que a lo largo de la historia estuvo incontables veces cerca de romperse definitivamente. Al reflexionar sobre los azares que han determinado lo que ha perdurado y lo que ha perecido, es inevitable no suscribir esta afirmación: Los libros, como los hombres, tienen un destino.

El autor de la frase que citamos es un ejemplo de este proceso. El gramático Terenciano Mauro vivió probablemente en el siglo II d.C. y era de origen africano, como su nombre parece indicarlo. Su obra principal, De litteris, de syllabis, de metris (Sobre pronunciación, sílabas y métrica), se conserva sólo en estado fragmentario. Olvidada durante la Edad Media, un manuscrito con su texto fue descubierto en el año 1493 y desapareció poco después de que en 1497 la obra se publicara en Milán por primera vez. La edición más célebre de este período fue la del gran impresor Simon de Colines (1531) cuya portada figura a continuación. La peculiaridad de la obra es que Terenciano expone su tema en verso variando los metros de acuerdo con el asunto tratado.


La parte más curiosa, en mi opinión, del destino de algunos libros es que su contenido es a veces malinterpretado o reproducido en forma muy diferente a la deseada por su autor. La frase de Terenciano es un claro ejemplo, el significado con el que hasta aquí la hemos comentado y con el que es a menudo citada, no es el que él pretendía. El verso del que fue extraída reza en su totalidad:

Pro captu lectoris habent sua fata libelli

De la capacidad del lector depende el destino de los libros.

miércoles, 18 de junio de 2008

Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias dicere licet






La rara felicidad de los tiempos en los que pensar lo que quieras y decir lo que piensas está permitido



Publio Cornelio Tácito es uno de los mayores historiadores de la Antigüedad. Antes que rigurosidad metodológica u objetividad científica son la fuerza de su prosa y el tono moral de su narrativa los que le confieren ese rango. Tácito es el cronista de la Roma imperial. La concentración y abuso del poder, la corrupción y la decadencia son la constante en sus obras.

Durante los reinados de Vespasiano, Tito y Domiciano, Tácito tuvo una distinguida carrera como senador y orador. Los últimos años del reinado de Domiciano degeneraron en un régimen de terror en el que numerosos senadores perdieron su vida a manos de un monarca cada vez más despótico. Tras el asesinato del emperador y el establecimiento de un régimen algo más liberal bajo Nerva y Trajano, Tácito, con más de cuarenta años, inició su carrera de escritor e historiador.

Al comienzo de su primera gran obra, las historiae, en la que relata las guerras civiles que siguieron a la caída de Nerón, Tácito declara su intención de escribir en su vejez, la historia de la feliz época iniciada por Nerva y Trajano. Es calificando a esa época que Tácito incluye la frase que aquí citamos.

Tácito es conciente de la fragilidad de la libertad que menciona, sujeta a la buena voluntad de un monarca absoluto. El pesimismo es, en consecuencia, una nota perenne de sus escritos. La genialidad de su estilo alcanza su punto más alto en la descripción de regímenes siniestros que se inclinan cada vez más hacia el despotismo.



Prácticamente perdida durante la Edad Media, la obra del gran historiador romano fue redescubierta -en forma fragmentaria- en el Renacimiento (Bocaccio descubrió algunos manuscritos en el monasterio de Monte Casino en el siglo XIV y Poggio Bracciolini los de las opera minora en monasterios suizos ya en el siglo XV). Su influencia sobre el pensamiento político fue enorme, proveyendo sobre todo de material a quienes abogaban por regímenes republicanos y se oponían al poder de los príncipes. El humanista florentino Leonardo Bruni utilizó esta cita en su Panegírico a la ciudad de Florencia del año 1404, una obra que defiende las virtudes del sistema republicano. La influencia de esta máxima también es claramente perceptible en un pasaje de los discursos de Maquiavelo sobre la primera década de Tito Livio.



Tras la revolución francesa, la cita de la que aquí tratamos fue una consigna frecuente de los oponentes del poder real. En ese espíritu no debe sorprender que la misma llegara a los círculos revolucionarios americanos que a principios del siglo XIX lucharon por la independencia. El joven abogado Mariano Moreno, uno de los líderes intelectuales del período abierto por la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos, eligió esta cita como epígrafe de la primera publicación revolucionaria, la “Gazeta de Buenos Aires”.



El curso de la historia a probado, más allá de dudas, la fragilidad de los regímenes democráticos. Los tiempos felices en los que uno puede expresarse libremente han sido raros, tal como lo pensaba Tácito.

viernes, 13 de junio de 2008

Citas Latinas en el Renacimiento: Andrea Alciato – Emblematum liber


El término Renacimiento es asociado hoy en día sobre todo con los grandes pintores y escultores italianos de los siglos XV y XVI, quienes revolucionaron la concepción y la función del arte en Europa. Leonardo, Miguel Angel, Rafael, son los nombres que primero vienen a la mente en este contexto. En los ambientes intelectuales de la época, sin embargo, el desarrollo de estas nuevas tendencias artísticas no era percibido como un fenómeno central. Sí era considerado de esta manera, por el contrario, el surgimiento de una –algo difusa– corriente de pensamiento denominada “humanismo”. La misma se abocaba a rescatar y recrear la cultura grecolatina, especialmente en lo que se refería a la literatura. A pesar de esta relativa separación, el humanismo literario y el arte plástico tuvieron, ciertamente, muchos puntos de contacto. Uno de los más bellos y curiosos fue –a mi juicio– el de los libros emblemas.


Los libros de emblemas se ubican en la misma tradición que la colección de Adagios de Erasmo ya frecuentemente mencionada en este blog pero le añaden un componente gráfico. Cada frase o –según la terminología técnica– motto, está acompañada de una pequeña ilustración o emblema, y de una poesía moralizante que desarrolla y explica la idea central. El primer libro de emblemas fue obra del jurista y humanista Andrea Alciato (1492-1550). La primera edición del Emblematum liber fue publicada en 1531 y tuvo en éxito avasallador, pasando por innumerables ediciones, versiones y traducciones, y creando, de hecho, un nuevo y popular género literario.


En este blog haremos uso frecuente de esta obra como fuente de adagios de singular agudeza y de ilustraciones de belleza única, como lo demuestran algunas de las que acompañan este texto.


Numerosas páginas de Internet se dedican a la obra de Alciato, entre ellas se destaca …


http://www.mun.ca/alciato/


jueves, 12 de junio de 2008

Citas Latinas recomendado por Historia clásica!


Agradezco los elogiosos comentarios del Blog Historia Clásica. En una entrada del 9 de junio se reseñó allí el blog Citas Latinas y su autor lo recomendó a sus lectores.


Historia Clásica es, sin duda, uno de los mejores blogs sobre historia antigua en Internet y su recomendación me llena de satisfacción. Por ello, a su autor le digo: GRATIAS TIBI AGO, es decir, MUCHAS GRACIAS!

domingo, 8 de junio de 2008

Festina lente







Apresúrate lentamente


El oxímoron es una figura retórica que consiste en la combinación de dos elementos lógicamente contradictorios. Un ejemplo sugestivo de esta unión de lo opuesto es presentado por el proverbio festina lente, apresúrate lentamente. Al color de esta figura se añade aquí la fuerza especialmente contundente de la concisión latina.

En su biografía de Augusto, Suetonio afirma que el primer emperador romano tomó estas palabras como lema personal (Suet. Aug. 25.4). El espíritu de este proverbio se percibe, de hecho, en la siempre mesurada manera con que el hijo adoptivo de César fue modificando las instituciones romanas para cimentar su poder personal. La obsesión de Augusto con esta idea es ilustrada por otro de sus proverbios favoritos:

sat celeriter fieri quidquid fiat satis bene,

Suficientemente rápido se hace aquello que se hace bien

Aulo Gellio y Macrobio también se refieren a la fascinación de Augusto con esta frase. Aparentemente, el emperador la utilizaba frecuentemente en sus conversaciones y la incluía a menudo en su correspondencia (Noches áticas, 10, 11). Para Gellio, la misma idea puede expresarse a través de una sola palabra latina: matura.


La sabiduría encerrada en la máxima festina lente cautivó a sucesivas generaciones. Podría escribirse, de hecho, un largo tratado sobre su uso en diferentes épocas. Su celebridad moderna se debe no tanto a Augusto como a Aldo Manucio y a Erasmo. El gran editor veneciano tomó este adagio como máxima de su imprenta y la estampó en la portada de sus ediciones bajo la forma de un emblema compuesto por un delfín enroscado en torno a un ancla. Este motivo traduce gráficamente el motto latino representando el mamífero marino la celeridad y el ancla la lentitud. Así aludía Manucio al cuidado trabajo con que sus ediciones eran preparadas. El motivo es antiguo, extraído -según Erasmo- de una medalla del emperador Tito.

Aldo Manucio se destaca entre los editores de su tiempo por ser, además de impresor, un humanista de alto nivel. La imprenta por él establecida en Venecia tuvo por objetivo principal la producción de ediciones de los clásicos griegos más importantes con gran rigurosidad filológica y precio accesible. Pero la imprenta de Aldo no se limitó a los textos griegos, pronto comenzó también a publicar clásicos latinos y obras italianas. Para la publicación de los mismos se diseñó un tipo de inigualable belleza. Tanto por su calidad académica como por su belleza tipográfica los ejemplares salidos de la imprenta aldina constituyeron un hito en la historia del libro.

Erasmo incluyó en sus adagios esta frase y le dedicó uno de los tratamientos más extensos en esta obra. Sobre su valor afirma:

Etenim, si vim ac sententiam aestimes, quam haec tam circum cisa vocum brevitas in se complectitur, quam sit fecunda, quam gravis, quam salutaris, quam ad omnem vitae rationemm late patens, profecto facile discesseris in hanc sententiam, ut in tanto proverbiorum numero non arbitreris ullum aliud esse, perinde dignum, quod omnibus incidatur columnis: quod pro templotum omnium foribus describatur, et quidem aureis notis: quod in principalium aularum valvis depingatur, quod primatium inscalpatur anulis: quod regiis in sceptris exprimatur

Si consideras el vigor y la riqueza expresiva encapsulada en tan pocas palabras, tan fecundas, tan serias, tan útiles, tan ampliamente aplicables a todas las situaciones de la vida, fácilmente consentirás en que entre tantos proverbios no hay ningún otro más merecedor de ser inscripto en toda columna, de ser copiado sobre la entrada de todos los templos (¡y en letras de oro!), pintado en las grandes puertas de las cortes de los príncipes, grabado en los anillos de los prelados y representado en los cetros de los reyes.


Erasmo cifra en la sabiduría de este proverbio el feliz gobierno de Augusto y Vespasiano, y ve a su editor, Manucio, como el heredero de este principio. En este punto introduce una célebre digresión sobre los malos editores que llenan el mundo de libros de poco valor, para volver finalmente al análisis del adagio. Parafraseando con cierta libertad, podemos decir que Erasmo cree que esta frase puede interpretarse de tres maneras. Primero, en el sentido de que antes de tomar una decisión uno debe meditarla cuidadosamente, pero una vez elegido un curso de acción, el mismo debe seguirse con resolución y celeridad. Segundo, en el sentido de que es necesario moderar las pasiones por la razón. Tercero, en el sentido de que debe evitarse esa excesiva celeridad que es considerada una gran virtud por todos aquellos que ven en cualquier demora un retroceso.

Para Erasmo, quien siga esta máxima siempre actuará en el momento adecuado y en la medida justa. Su vigilancia evitará que sea demasiado lento y su paciencia, que se apresure más allá de lo conveniente.



La rica simbología con la que los autores del renacimiento -especialmente en los libros de emblemas- quisieron representar gráficamente esta máxima constituye un capítulo especialmente interesante de su historia. Ya mencionamos al delfín en torno al ancla tomado como logo por Manucio. Simeoni la ilustró con un escarabajo que atrapa una mariposa; Alciato, con un pez (la remora) enrollado en torno a una flecha. Otras representaciones especialmente bellas indican los principios contrapuestos con una mujer sobre una tortuga, con una tortuga con velas de navío, con una mujer joven y un anciano…

Más sobre este tema: Festina lente y el emperador Tito

lunes, 2 de junio de 2008

Homo homini lupus




El hombre es un lobo para el hombre


Esta famosa frase latina tiene su origen en una comedia de Plauto (250-184 a.C.). Allí un personaje afirma:


Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit


Lobo es el hombre para el hombre, no hombre, cuando no sabe quién es el otro.


Erasmo incluyó esta frase en su colección de Adagios pero su celebridad moderna se debe al filósofo británico Thomas Hobbes (1588-1679). El mismo es conocido hoy por sus desarrollos en el ámbito de la teoría política (especialmente, por su obra Leviathan -cuya portada reproducimos), pero fue, además, un eminente filólogo y estudioso de la Antigüedad Clásica, como lo prueba su –todavía hoy frecuentemente reeditada- traducción inglesa de Tucídides.


Habiendo experimentado las crueldades y atrocidades de la Guerra Civil Inglesa, uno de los objetivos centrales de Hobbes era el descubrimiento de principios racionales firmes sobre los que pudiera basarse un régimen estable. El estado de naturaleza (es decir, la ausencia de gobierno) era considerado por Hobbes como sinónimo de un estado de guerra permanente de todos contra todos, en el que los logros de la vida civilizada serían imposibles. Sólo un gobierno con poderes concentrados podría, en su concepción, evitar la caída en ese conflicto permanente. La frase latina homo homini lupus ilustra con singular fuerza esta idea. Los hombres son bestias preparadas a caer unos sobre otros si una fuerza mayor no impone restricciones a sus brutales instintos.

Esta visión pesimista de la naturaleza humana ha sido criticada desde todas las posiciones imaginables, quizás con razón. La historia, sin embargo, se empecina en demostrar que el hombre es el mayor predador de sus semejantes.